DOMINGO
IV DE ADVIENTO CICLO B
P. Emilio Betancur
PANDEMIA Y NAVIDAD
David comentó
al profeta Natán una preocupación: “Mira, mientras yo vivo en un palacio de
cedro el arca de Dios se ha quedado en un toldo”. Natán aceptó, pero en la
oración de la noche con Yahvé; llamada sueños, Natán recibió un mensaje para
David: “No serás tú quien me construya una casa para yo habitar, la casa la
construiré yo dándote una descendencia” (primera lectura). Yahvé no le acepta
la casa, pero a cambio le hace una promesa: la comunidad, Israel, como
descendencia. Todo aquello que el hombre hace por Dios al fin y al cabo lo
aprovecha el hombre, pero no Dios (San Agustín). Con el Arca de la Alianza,
Yahvé era un signo visible en el trasegar con la comunidad de Israel. Dios le
recuerda a David: “Te saqué de tu oficio de pastor, de andar tras los rebaños,
para que fueras la cabeza de la comunidad de Israel” (primera lectura). El
proyecto de Dios nunca fue un templo de piedra, madera, ladrillo o vidrio.
Nunca sus quereres estuvieron orientados hacia empleos materiales sino
establecer a Israel o a nosotros como comunidad en un espacio de tierra. Yahvé
explica un poco más a Natán para que David entienda la promesa: “Le daré un
territorio a la comunidad, pueblo de Israel, la plantaré en terreno propio,
para que vayan allí sin sobresaltos o humillaciones como antes; te hago saber
que la casa la construiré yo, dándote una descendencia, una comunidad” (primera
lectura). Es David quien está en las manos de Dios y no a la inversa, así la
intención de David fuera loable. David entendió que la presencia de la comunidad,
descendencia, era la consolidación y esperanza de su reino y el de su sucesor.
De esa descendencia, comunidad, hará parte Jesús, y luego nosotros, según
Pablo: “¿No saben que son templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, la comunidad, Dios lo destruirá
a él, porque el pueblo de Dios es santo, y ese templo son ustedes” (1 Cor 3, 16-17). Ahora bien, ustedes forman el cuerpo de
Cristo y cada uno es un miembro de ese cuerpo (1 Cor
12, 27).
Ahora bien,
la anterior catequesis de Pablo a los Filipenses es el texto fundante de la
Encarnación en Lc 1, 26 - 8. Llamamos Encarnación a
la decisión histórica que tuvo Dios en un pueblo de Galilea llamado Nazaret,
regalándonos en María no solo a su hijo único sino también primogénito para
hacer parte de nuestra familia y de la casa construida por Él. ¿Dónde? En el
barrio, vereda o la ciudad lo que era Nazaret de Galilea. El ángel nos va a
saludar lo mismo que a María: “Alégrense, llenos de gracia el Señor está con
ustedes”. Puede ser que nos asustemos y nos ponga a pensar como a María “¿qué
significa ese saludo?” De inmediato recibiremos una palabra de fe para sanar el
miedo, porque con angustia no se puede engendrar absolutamente nada en la vida:
“Si el afligido invoca al Señor, el Señor lo escucha y lo libra de sus
angustias; el Señor está cerca de los desanimados, él salva a los que, (en la
pandemia), han perdido la esperanza” (Sal 33). “No temas María porque has
hallado gracia ante Dios, concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por
nombre Jesús”. Cuando seamos sanados de las peores incertidumbres de este
tiempo comenzaremos como María a ser la casa de Dios; sin necesidad de ángeles.
Gabriel se retira como signo de confianza y de inicio de la realización de lo
que Dios ha prometido. Dios no busca templos para vivir sino personas para
nacer y crecer en ellas transformándolas hacia la vida en comunidad; para que
éstas a su vez desde la comunidad busquen otros para que hagan dóciles sus
corazones y nazca en ellos Jesús. La iglesia que es la imagen de María sigue
engendrando a Jesús en nuestro interior por medio del bautismo, fiesta de
nuestra Encarnación. Esto es lo que siempre hemos llamado: “Historia de
salvación”.
Al final el
encuentro de las dos madres, permite el único encuentro con los dos hijos,
Jesús y Juan, signos de la alegría y la presencia. De ahí todo encuentro humano
es una bendición mutua; y el encuentro de la Encarnación cualifica la vida
humana convirtiéndola en vida nueva para los demás. En este contexto un
encuentro siempre es creativo porque crea una realidad nueva en el corazón;
hace que también nosotros concibamos un niño como signo de todo lo nuevo y más
original de la vida: ser creyente. El niño se dirige al anciano y pone en él
una nueva vida; ¿qué anciano no se rejuvenece gracias al encuentro con un niño?
Simeón tomó al niño en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora dueño mío,
según tu palabra puedes dejar libre y en paz a tu siervo porque han visto mis
ojos tu Salvador y que has dispuesto ante todos los pueblos como luz reveladora
a los paganos y como gloria de tu pueblo Israel (Lc
2,28-32).
Antes da la
pandemia no éramos pobres por carecer de cosas; ahora más pobres por carecer de
más cosas; tampoco ricos por tener múltiples posibilidades que en relación a
los pobres se llaman inequidad; ahora podremos comprender que somos ricos o
pobres de acuerdo al sentido que tengamos en la vida. La iglesia nos hace una
oferta de sensatez y sabiduría, la referencia en nuestra vida a la Encarnación
de Dios en Jesucristo solo para hacernos más humanos, compasivos y solidarios.
Pensemos y hagamos una nueva navidad, inédita en el contexto destructor de la
pandemia, pero con la fuerza y esperanza de los nuevos valores que nos da el
pesebre.