Maternidad Divina de María
MARIA: MADRE DE DIOS Y MADRE DE TODOS LOS HOMBRES
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El 1 de enero, con los ecos de la
Navidad, se celebra el
misterio de la Maternidad Divina
de la Virgen María,
de cuyo privilegio dimanan todas las demás prerrogativas y Fiestas marianas: su
Inmaculada Concepción, la
Asunción a los Cielos, su Maternidad espiritual de todos los
hombres, ect…
- Esta fiesta, en la Octava de Navidad, el
primer día del nuevo año, es la celebración más antigua en honor de Nuestra
Señora de la Liturgia Romana.
Ya en el siglo III, los padres griegos aplicaron a María el título de Theotokos
= portadora de Dios, expresión apoyada después por los Concilios de Éfeso y de
Calcedonia; y en Occidente se la reconoce solemnemente como, “Dei Genitrix” =
Madre de Dios.
- Si Eva fue la "madre de todos los vivientes" en el orden natural, podemos
decir que, “María es madre de todos los
hombres en el orden de la Gracia”.
Al dar a luz a su Hijo también nos engendró, espiritualmente, a todos los cristianos,
a todos los miembros del Cuerpo de Cristo. .
- Aún en vida de María, se tuvo ya conciencia
de esa maternidad espiritual de María gracias, sobretodo, al refrendo de Jesús a los pies de la cruz. Y María
continúa ejerciendo su papel de Madre espiritual de todos los hombres desde el Cielo;
por eso, desde los tiempos más remotos, la invocamos como Madre de la Iglesia. Ella, Medianera
de todas las Gracias, nos acoge con amor en el misterio de su intercesión y de
su mediación materna.
- Dios, en su infinito poder, podría
haber ideado la
Redención de otro modo pero, una vez que decidió venir al
mundo de esta manera: naciendo de una
mujer, y haber sido elegida María para esta singular e irrepetible misión, ella,
con su “fiat” a la voluntad de Dios y con el fiel cumplimiento a su promesa, se
hizo indispensable para el plan salvífico de la Redención. Según
este designio divino, se puede decir que, como en el plano de la creación, sin
Eva no habría habido humanidad, sin María, no hubiéramos tenido, ni Natividad
de Jesús, ni Evangelio, ni cristianismo, ni salvación.
Guillermo Soto