UNA PALABRA CERCANA
Domingo 2º después de Navidad, B.
3 de enero de 2021
“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”
(Jn 1,14)
Señor Jesús, es asombroso el salto de la eternidad al tiempo. Creemos que la Palabra existía en el principio junto a Dios. Es más, la Palabra era Dios. Era eternidad. Era amor sin principio. Por eso la Palabra salió de sí misma en una generosidad creadora. El universo fue hablado y el tiempo tuvo inicio.
En el giro de los astros, el hombre fue pensado como un hablante balbuciente. Y nuestras palabras humanas fueron brotando como quejido y diálogo, como llamada y reproche, como información y mentira, como caricia y ofensa, como recuerdo y promesa.
Y de pronto la Palabra se hizo carne y presencia. En medio del campamento de los foragidos, la Palabra plantó su tienda de campaña y se presentó como vecina y emigrante, se hizo buscadora e imaginativa, se convirtió en protesta y profecía. La Palabra se hizo revelación de lo divino y manifestación de lo humano.
Nos ha costado comprender que tú, Señor, eras y eres la Palabra que de Dios viene y a Dios quiere llevarnos. Una Palabra que nos libra de nuestra mudez, nos saca de nuestros silencios y nos invita a abrirnos a todos los encuentros.
Sin embargo hemos acercado a nuestros oídos brillantes caracolas que nos traen rumores de océanos lejanos. Nos hemos enganchado a las danzas de la muerte para tratar de olvidar el fracaso de todos los proyectos. Hemos llamado vida a lo que solo era algarabía y confusión.
Hemos proscrito los silencios en los que resuena el susurro de tu voz. Nos molesta tu Palabra, que inquieta y desinstala. Hemos censurado todas las palabras humanas que suenan a divinas. El tiempo ha decidido ignorar la memoria de una pretendida eternidad.
Pero a pesar de todo, ahí estás tú, Palabra increada y sustantiva, Palabra amorosa de misericordia y de perdón, Palabra de fraterna libertad y de justicia, Palabra donadora de gracia y de verdad. Cura tú nuestra sordera.
José-Román Flecha Andrés