FIESTA
DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS CICLO B
P.
Emilio Betancur
DIOS ES EL UNICO SEÑOR DEL TIEMPO
Para los
creyentes, a favor de la humanidad, el tiempo es de Dios y no nuestro; lo cual
nos permite decir que estamos en el tiempo de la navidad, fiesta de la
Encarnación, Dios hecho hombre para la humanidad. Se requiere todo el poder de
nuestra fe en la Encarnación de un Dios que se hace humano para que seamos más
humanos, compasivos y solidarios como Jesús, para no perdernos en el tiempo
cronológico por sentirnos dueños de él, para hacer lo que solo nos gusta y no
lo que necesitamos; es lo que nos ocurre con el consumismo incluso religioso de
la navidad; y otro tiempo más corto, dos días, el último del año (treinta y uno
de diciembre) y el primero del próximo (primero de enero); otro tiempo que con
autoría social exclusiva del hombre se cometen abusos con todas sus secuelas
como el licor, la droga, la violencia familiar, la pólvora. En otros sectores
sociales la fiesta es signo del dinero y la cena de navidad representa el nivel
de inequidad. Pero con la fe en la Encarnación podemos tomar nuestras vidas en
las manos, plenas de ingenio, fantasía, y sueños de lo nuevo, que son las
promesas que Dios nos ha hecho por medio de la Encarnación para hacerlo todo nuevo.
Los creyentes
estamos celebrando la Encarnación con sus fiestas, la Navidad desde el 25 de
diciembre con el nacimiento de Jesús y hasta el 10 de enero con el Bautismo del
Señor. El anuncio de la fiesta de Navidad por la Encarnación nos la recordó
Isaías por la liturgia: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5); y la hemos recibido en medio de la crisis de una
pandemia. Reverdecen nuestros sentimientos con el nacimiento de un hijo(a); que
remueve y renueva todo nuestro interior, rehace nuestras esperanzas, cubre
todos nuestros aislamientos; y sin hablar, resultamos perdonándonos, volviendo
a dialogar. Después de un nacimiento se nos olvidan las noches de vigilia, los
miedos que se engendran por los riesgos que tiene la vida, sumadas las fatigas
e incomodidades de todo nacimiento. El niño hijo de Dios que se nos ha dado es
el inicio en nuestro interior de un nuevo nacimiento; el amor entrañable de
Jesús es el único que puede remover nuestras entrañas. Navidad no es
simplemente para recodar el nacimiento del Señor: “Vino a los suyos y los suyos
no lo recibieron. Y a cuantos lo recibieron, les dio capacidad de ser hijos de
Dios” (Jn 1,12). Que este niño nos saque del egoísmo
es el acontecimiento más importante de nuestra historia personal, familiar y
social; improbable desde nuestro esfuerzo natural o literatura de crecimiento
personal. Jesús se entregó para nosotros (Tit 2,14);
y el evangelio de Lucas repite: “Ha nacido para ustedes un salvador” (2,11). El
mejor regalo de Dios, gratuito, es ser hijos de Dios para tener como hermanos a
los demás en quienes también está Dios. Este regalo merece varias preguntas:
¿Por qué si Dios nos regaló a Jesucristo como niño y niño pobre aún nosotros no
queremos ese niño? ¿Por qué el inmenso amor de Dios por nosotros no corresponde
al nuestro por Jesús? Pocas veces se escucha a un creyente decir que ama, que
quiere a Jesucristo, es decir a Dios. Tengamos en cuenta que Dios en Jesucristo
siempre nos ama más y de forma gratuita de lo que nosotros siempre nos queremos.
La fe como seguimiento de Jesucristo en la Iglesia nos da el sentido preciso
del tiempo y el valor adecuado del paso de un año al otro; y lo que significa
“Vida Nueva en Familia”.
El final del
2020 e inicio del 2021 sin ser idealistas, asumámoslo como hacía Pablo con sus
múltiples dificultades y crisis, pero no conflictos: “Para los que quieren a
Dios todo ocurre para bien” (Ro 8,28), haciendo el bien, así el año será
realmente nuevo.
LA MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA.
En el
evangelio de Lucas encontramos este corto relato: “estando diciendo Jesús estas
cosas, alzó la voz una mujer del pueblo y dijo: dichoso el seno que te llevó y
los pechos que te criaron, pero él dijo más bien dichosos los que oyen la
palaba de Dios y la guardan” (8,19-21). Este texto en san Lucas equivale a los
que hacen la voluntad de Dios. Esta mujer sencilla, está sorprendida,
deslumbrada oyendo hablar a Jesús y quiere felicitar a la mamá de ese personaje
que tiene al frente, pero lo sorprendente es la corrección de Jesús: mi mamá no
es importante por ser mi mamá, sino porque hace siempre la voluntad de Dios. Lo
máximo que se puede decir en la primera fiesta del año es que María la Madre de
Dios es que siempre hizo lo que Dios quería, ninguna otra cosa, es la base de
todos los dogmas marianos, aquí está diciendo el texto que es más grande la
Virgen María por hacer la voluntad de Dios que por ser madre de Dios, está por
encima de esto, más aun, lo más que se puede decir de Jesús es que siempre fue
fiel a la voluntad de Dios. Lo más que se puede decir de la Virgen, que pone
Lucas en labios de Jesús es que su mamá es importante por hacer la voluntad de
Dios, por eso se mide la magnitud de María madre de Dios; por no poner
resistencia al acto creador continuo Dios; esto es tan profundo que distingue
el ser creyente. Dios nos salva por la Virgen Santa María Madre de Dios, por
ser el amor más cercano a Dios y a nosotros, salvándonos de nuestro propio
egoísmo para mirar a los demás, como hizo Jesús.
Siendo tan
íntima la relación de María Madre de Dios con su hijo Jesús y con nosotros,
podemos orar con el libro de los Números: “Que la virgen te bendiga y te
proteja; que ella te muestre su rostro, te trate con bondad para que el Señor
vuelva a ti sus ojos y te conceda la paz” (Nm
6,22-27) Primera lectura. En el encuentro de los pastores con María ellos se
admiraron del niño y fueron a contarlo. Entre tanto María conservaba todas
estas cosas en su corazón” (Evangelio). Lo mas
profundo que dice Pablo que es lo único que vale expresarlo es: “Cuando se
cumplió el tiempo fijado, envió Dios a su Hijo que nació de una mujer, y se
sometió a la ley para rescatar a los que vivíamos sometidos a la ley, y para
que fuéramos hijos adoptivos de Dios. Y la prueba de que somos hijos, es que
Dios nos envío el Espíritu a nuestro corazón, para
poder decir Abbá, Padre (segunda lectura.)