SANTA MARÍA DE LA ALTAGRACIA
MADRE Y PROTECTORA DEL PUEBLO DOMINICANO
LECTURAS:
PRIMERA
Isaías
7,10-15
"Volvió
Yahveh a hablar a Ajaz diciendo: «Pide para ti una señal
de Yahveh tu Dios en lo profundo del seol o en lo más
alto». Dijo Ajaz: «No la pediré, no tentaré a
Yahveh». Dijo Isaías: 'Oigan, pues, casa de David: ¿Les parece poco cansar a
los hombres, que cansan ustedes también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va
a darles una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un
hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Cuajada y miel comerá hasta que sepa
rehusar lo malo y elegir lo bueno".
SEGUNDA
Gálatas
4,1-7
"Pues
yo digo: Mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un
esclavo, con ser dueño de todo; sino que está bajo tutores y administradores
hasta el tiempo fijado por el padre. De igual manera, también nosotros, cuando
éramos menores de edad, vivíamos como esclavos bajo los elementos del mundo.
Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y
para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que ustedes son hijos
es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y
si hijo, también heredero por voluntad de Dios".
EVANGELIO
Lucas1,26-38
"Al
sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea,
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa
de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y
discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María,
porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a
dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será
llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María
respondió al ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le
respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado
Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su
vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque
ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue".
HOMILÍA:
Cuando
se trata de nuestra relación con Dios tenemos que decir que todo es obra de su
gracia. ¿Por qué gracia? Porque la palabra gracia elimina todo mérito personal,
ya que es simplemente la decisión del propio Dios, para quien nada es
imposible, como le recuerda Gabriel a María al anunciarle que sería nada menos
que la madre del Hijo de Dios (Lucas 1,31).
Si
todo es gracia, la que recibe María tiene que ser considerada la más alta que
un pobre mortal puede recibir.
Recordemos
que Dios, en su poder infinito, tomó la decisión de salvar al género humano que
El mismo había creado. Pudo haber destruido su creación y hacer de nuevo algo
mucho mejor, pero sin embargo optó por usar de su misericordia infinita para
perdonar a esos hombres y mujeres que puso en la tierra y no paraban de
desobedecer sus mandatos.
Y
se inventó un medio que a los propios humanos podría parecer disparatado, algo
que solo podría ser concebido por el mismo Dios. Siendo como era Uno y Trino,
pensó en su Hijo como el medio apto para llevar la salvación a los
desobedientes. Lo enviaría a la tierra para que se comportara como uno más
entre ellos, menos en el pecado.
Pero,
¿lo enviaría disfrazado? ¿Aparecería ante los ojos de la gente como un ser
humano sin realmente serlo?
Era
ciertamente una posibilidad, pero no digna del Altísimo. Haría de El un verdadero ser humano. Pero, ¿cómo? Pues para que lo
fuera de verdad, y no como Rafael, el arcángel que se apareció a Tobías como
tal, necesitaba que naciera de una mujer.
A
Dios nunca le ha gustado tomar decisiones apresuradas. Las suyas se van preparando
poco a poco, de modo que, en esta ocasión, comenzó por designar a alguien que
iniciara un nuevo pueblo que sería elegido para preparar el advenimiento de su
Hijo en la tierra.
Así
fue como llamó a Abraham para que realizara esta labor (Génesis 12,1). Este era
un hombre de fe, que supo pasar las pruebas que se le hicieron, y así nació el
pueblo de Israel.
Decía
san Pedro que para Dios "un día es como mil años y, mil años, como un
día" (2 Pedro 3,8). Y fueron más de mil años los que transcurrieron desde
Abraham hasta la venida de Jesús. Y es entonces que entra en escena la pobre
doncella de Nazaret.
Porque
para que el Hijo de Dios no apareciera como disfrazado de humano, se necesitaba
de una madre, como nos recuerda Pablo en la segunda lectura: "nacido de
mujer".
A
Dios no le era difícil escoger a aquella que iba a tener el gran privilegio de
ser Madre de su Hijo. Solo se había puesto El mismo una condición: tenía que
ser una "hija de Abraham", es decir, una judía.
Un
ser humano, sobre todo si se considera de cierto valor social o económico,
querría que su hijo tuviese por madre a una persona de la misma condición
social, poco más o menos. Pero a Dios esas cosas le tienen sin cuidado.
Se
fue a buscarla a un villorrio insignificante, del que luego uno de los
discípulos de su Hijo llegaría a decir: "¿De Nazaret puede haber cosa
buena?" (Juan 1,46)
Pues
fue allí, precisamente, donde el ángel Gabriel fue a avisarle a María que Dios
le había concedido la Altagracia de ser la madre de su Hijo.
¿Por
qué María? Por la razón que le impidió a ella entender las palabras del ángel:
su humildad. Eso lo reconocería posteriormente en aquel canto de alabanza, con
ocasión de la visita a su parienta Isabel: "porque ha puesto los ojos en
la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me
llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el
Poderoso" (Lucas 1,48-49a).
La
grandeza de María proviene del propio Dios que ha querido elevarla, dándole la
Altagracia de ser la Madre del Salvador. Y eso es lo que descubrimos los
creyentes, pues cuando la alabamos y la llamamos bienaventurada no estamos sino
cumpliendo la profecía que el Espíritu Santo puso en su boca.
El
amor de los cristianos por María se asocia con el amor que demostró Dios por
ella. Ninguna otra mujer ha oído palabras tan sublimes como las que le
dedicaron Gabriel y su parienta Isabel. ¿Acaso no le dijo él: «Alégrate, llena
de gracia, el Señor está contigo" (Lucas 1,28)? ¿Acaso
no le dijo ella: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;
¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lucas 1,42-43).
¡Pobres
de aquellos cristianos que dicen leer la Biblia y pasan por alto palabras que
solo una única mujer pudo oír jamás! ¡Pobres los que esconden la gloria de María
pretendiendo saber más que la Iglesia que fundó su Hijo, que desde el principio
la tuvo como su miembro más excelente!
Pues
María fue eso, la primera discípula, unida a su Hijo tanto en la alegría de las
bodas de Caná como en la tarde terrible del Calvario.
Los
católicos, y con nosotros los ortodoxos y otros muchos cristianos, amamos a
María porque Dios la exaltó, y Jesús tuvo por ella un inmenso amor. ¿O es que
vamos a pensar que Jesús fue un mal hijo que despreció a su madre?
Nosotros
no vemos en ella una diosa a la que adoramos, sino a una Madre que Dios nos ha
dado para que interceda por nosotros como nadie más puede hacerlo ante su Hijo.
No
olvidemos que en Caná ella no pidió a Jesús un milagro, sino que simplemente
susurró en sus oídos: "No tienen vino" (Juan 2,3). Por eso, desde muy
antiguo, la Iglesia la llama "Omnipotencia suplicante".
Arnaldo
Bazán