V
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
La
Pasión por el Evangelio
La
alegría de evangelizar
Con el título “La
dulce y confortadora alegría de evangelizar” empezaba el papa Francisco una
sección introductoria de su exhortación Evangelii Gaudium (EG
9-13) y así asumía el mismo mensaje desarrollado por San Pablo VI en
la Evangelii Nuntiandi (EN 90). De este modo presentaba la misión evangelizadora de
la Iglesia como la necesidad apremiante de reconocer al otro y comunicar el
bien por antonomasia que es dar
a conocer a Jesucristo, fuente de nuestra alegría.
La
evangelización apasionante de San Pablo
Ahí se cita el texto paulino de
este domingo (1 Cor 9,16-23) que concentra su atención en el término
“Evangelio” con el doble significado que tiene en las cartas de Pablo. Por una
parte significa el mensaje sobre Cristo, muerto y resucitado, como salvación
para los seres humanos, y por otra designa la actividad misma de anunciar ese
mensaje, que actualmente coincide lo que denominamos “evangelización”. Pablo
llega a decir que todo lo hace por la causa del Evangelio y que el Evangelio
mismo es la recompensa de su actividad. La predicación del Evangelio es tan
apremiante que Pablo se ve perdido si no se dedicara a predicar el Evangelio:
“Ay de mí, si no predico el Evangelio”. Así es la
pasión por el Evangelio del apóstol.
Propiciar
el encuentro con Cristo
Para Pablo el Evangelio es también
la recompensa de su actividad, su alegría y su esperanza. Por ello está
dispuesto a hacer lo que sea necesario con tal de ganar a otros hermanos para
llevarlos al encuentro personal con Cristo. Propiciar
este encuentro con Cristo es la razón de ser de la evangelización y la alegría
de todo evangelizador o misionero, tal como reitera una y otra vez el
papa Francisco. San Pablo, en la primera a los Corintios, y los demás
apóstoles, según el Evangelio de Marcos, son auténticos evangelizadores, pues
conducen a muchos al encuentro con el Señor de la vida.
En
situación de desgracia
Las otras lecturas litúrgicas de la
Iglesia en este domingo, tanto el libro de Job (Job 7,1-7) como el evangelio de
Marcos (Mc 1,29-39), relatan situaciones humanas de sufrimiento ocasionado
por desgracias y
enfermedades de las cuales son víctimas las
personas protagonistas. Ambas pueden ser muy adecuadas para este momento del
mundo entero inmerso en la pandemia del coronavirus.
El drama de Job
Job llega a decir una de las
expresiones más terribles de la desesperación humana: ¡Muera
el día en que nací! Job habla así cuando, caído en desgracia,
desprovisto de todos sus bienes, habiendo perdido a sus hijos y desahuciado por
sus múltiples llagas, empieza a hablar ante sus
amigos Elifaz, Bildad, y Sofar en el libro bíblico que
lleva su nombre. El libro de Job, del cual hoy se lee un fragmento en las
iglesias, es un drama
literario genial y fascinante, donde la pasión
del protagonista se revela en su palabra atrevida y desafiante,
rebelde y desesperada, interpelante y misteriosa.
La audacia de Job
Job no es el prototipo de la
paciencia y de la resignación, sino el hombre audaz que
afronta la miseria de su increíble situación, desafiando el enigma del
sufrimiento más terrible y enfrentándose incluso a Dios. Pero Job es sobre todo
la figura del sufrimiento del inocente y
el paradigma de la humanidad
doliente y rebelde que se interroga sobre su destino. En Job se aborda
el problema del mal y
su relación con Dios hasta
poner en cuestión la teoría tradicional de la justicia retributiva, según la
cual Dios premia a los buenos y castiga a los malos.
La
inocencia de Job
Y es que Job es inocente. Como inocente es
también la mayor parte de personas que hoy en el mundo, en virtud de su estado
de salud, podría maldecir el día en que vieron la luz. Porque Job es el enfermo
contagiado por el coronavirus y en situación crítica, o el que está en coma
irreversible, o con parálisis cerebral, el enfermo de cáncer, el de sida o de
cualquier mal todavía incontrolable por la medicina. Pero aún más inocentes
son, si cabe, las víctimas de los males sociales que abruman a la humanidad.
Job
en el tiempo presente
Y si bien resulta inexplicable el
dolor de los inocentes por el sufrimiento inherente a la naturaleza humana,
resulta escandalosamente terrible el sufrimiento de los inocentes que tiene su
origen en la misma acción o inhibición humana, pues por no ser ya inexplicable
se convierte en un clamor alarmante. Job es también el pobre y el desheredado
de la tierra. Job es el marginado, el inmigrante forzoso y el transeúnte. Job
es el refugiado y el descartado. Job es el parado en este mundo en crisis económica.
Pero sobre todo Job son los miles de niños y niñas que mueren cada día por
causa de su pobreza inocente. Job
es todo ser humano postrado y sufriente.
La
mediación de los discípulos
Siguiendo el Evangelio de hoy (Mc
1,29-39) a Jesús se le informa de la situación de postración de una mujer
enferma. En ella puede verse la humanidad doliente, pasiva y acosada por el
mal. Al comienzo del Evangelio no es todavía el momento para que Jesús
manifieste su visión total del problema del sufrimiento inocente planteado por
Job, pero Jesús actúa frente al mal haciendo posible el cambio de situación de
la mujer. Es de destacar en este Evangelio de Marcos la tarea mediadora de los discípulos que
posibilitan el encuentro de la mujer enferma con Jesús. Los discípulos se
convierten en mediadores de la vida.
Mediadores de la Vida
Por la causa del Evangelio, como el
apóstol Pablo, los cristianos estamos llamados a hacernos débiles con los
débiles, para ponerlos en contacto con Jesús, el cual es, siempre y en toda
circunstancia, Vida para la humanidad postrada. Por eso la Iglesia ha de estar siempre a
favor de la vida, y particularmente, a favor de la vida de los más débiles
e indefensos, como derecho fundamental que sustenta todos los demás derechos
humanos. Defender la dignidad de cada ser humano desde su concepción hasta su
final biológico deriva de la valoración de la vida como un don, y de la
condición de criatura de toda persona. El ser humano no es dueño de la vida,
sino custodio del don de la vida. Reconocer
los límites de la condición humana es, en último término, la única grandeza de
Job. Pretender sobrepasarlos es creerse dioses o pretender serlo. Esto
último es peligrosísimo, pues desconocer e invadir la frontera de la vida de
los demás es en todos los casos atentar contra su dignidad y puede derivar en
la barbarie de la aniquilación de otros seres humanos, so pretexto de razones
que enmascaran motivos, intereses o pasiones que nacen del egoísmo.
Mediadores
y custodios de la vida
Lo que dignifica a los seres
humanos es el amor. El amor del que toda persona es
objeto y sujeto. La posibilidad de amar y de ser amado es un don
de la vida personal, que nadie tiene derecho a violar. Por ello los cristianos
hemos de ser mediadores y
custodios de la vida, de toda vida humana y de toda la vida. Así anunciamos
la gran alegría del Evangelio como misión de la Iglesia. Ojalá podamos hacerlo
con la pasión de San Pablo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor
de Sagrada Escritura