DOMINGO
VI TIEMPO ORDINARIO CICLO B
P.
Emilio Betancur
EL
LEPROSO NO LO CONTAGIÓ, PERO JESÚS SI LO SALVÓ
Sin duda alguna que en la pandemia nos
hemos vuelto más excluyentes que incluyentes con toda razón, porque está de por
medio el cuidado con la vida propia y ajena, que ahora también es nuestra,
porque nos merecemos de unos a otros no correr el riesgo del contagio. Para eso
es la vacunación; pero ésta no nos sana del egoísmo que se ha enrizado más. Un
mal ejemplo ha sido la falta de solidaridad cuando nos hemos ido a la finca
cancelando los salariaros de los que trabajan al servicio nuestro en el momento
que más necesidad tenían; o dejar de comprarle a los informales a quienes
pedimos las rebaja lo que no hacemos en ningún mercado de cadena. ¡No hay quien
diga que es mejor ver el desastre por televisión!
Acojamos con agrado porque es para el
bien nuestro, lo que dice Pablo a las comunidades de Corinto: “No hagan nada
que ofenda ni a judíos ni a griegos, ni a la comunidad; que yo también procuro
servirles en todo a todos los que más puedo, no buscando ser egoísta sino
procurando servirles, para que se salven. Tengan estos sentimientos, como yo
tengo los sentimientos de Jesús”. (segunda lectura).
En el evangelio el peligro de
contaminación transforma al leproso en paria, es decir, habitante de los
extramuros de la ciudad. Hay otro sentimiento de Jesús que para nosotros hoy
hace parte de la lista de carencias desveladas por el coronavirus, la
inclusión. En el evangelio de Marcos nos encontramos con un leproso que no
tiene nombre para que nosotros lo llamemos en plural: excluidos, víctimas de
todo tipo de violencia, desfavorecidos, habitantes de la calle desamparados o
invisibilidades. “El leproso; vivirás aislado fuera del campamento” es la
historia de la primera lectura.
De una manera incluyente Jesús siente
lástima (splagchnizomai), se le conmueven las entrañas;
lo que origina una acción eficaz en favor de quienes se han sentido más
excluidos que agobiados por la misma enfermedad. A Jesús le interesaba más la
inclusión del leproso en la comunidad que su propia enfermedad lo grave era la
exclusión. Es el leproso quien superando la ley de exclusión se acerca a Jesús
“para suplicarle de rodillas: Si tú quieres puedes curarme” cuando Jesús lo
aproxima (lo hace prójimo) desaparecen las barreras. La compasión es una
comunión en el sufrimiento y el sufrimiento de Jesús es el mismo del Padre. No
es posible que los hijos sufran quedando el Padre impasible. La inclusión es el
origen de la paz y la alegría que da sentirnos sanados y acompañados en el
dolor por el sufrimiento y la compasión de Jesús por medio de más personas.
Sanar a un leproso equivalía a
resucitar a un muerto; por eso la acción de Jesús es el culmen de las grandes
acciones de los profetas del Antiguo Testamento. Moisés había sanado a su
hermana Miriam, Eliseo al sirio Naamán. Se requiere primero la compasión para
luego extender la mano hacia todo tipo de lepra. “Jesús se compadeció de él, y
extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: ¡si quiero, sana!” De un lado está la
debilidad humana y de otro la compasión que da libertad de decir: “si quiero,
sana”; es decir lo reconoce como puro en lugar de rechazarlo como enfermo
contagioso. No niega el pecado, pero suprime la relación directa entre pecado y
enfermedad.
Un correcto acercamiento al fenómeno
de la lepra es lo que hoy se llama “soriasis”, una enfermedad de la piel.
Cuando el agua es mayor que la sangre ocurre la hidropesía y cuando ésta es
mayor que el agua, se produce la lepra. En general la lepra era todo tipo de
enfermedad de la piel. No se trata de un exorcismo, ni de una sanción; es una
purificación. La Encarnación de Jesús, su relación personal, es insustituible e
indispensable en cualquier “lepra” y en todo momento.
Hace parte del proceso de sanación que
Jesús olvide la opinión de los demás acerca del leproso: “no se lo cuentes a
nadie”; pero es importante que vaya a la zona de la gracia, el templo, para dar
testimonio definitivo de lo que le ha ocurrido y presentarse ante Dios como lo
había creado desde el principio del Génesis. Es normal que sentirse como hijo
de Dios, persona humana, quiera contarlo para compartirlo; es Jesús quien le
indica que vaya primero a los sacerdotes del templo: al fin y al cabo, ellos
eran los responsables de cuidar por los más vulnerables de la sociedad; así no
alcanzaran a sanar por sus ritos y oraciones. En este caso la compasión rompió
la disciplina del templo y la acción de gracias superó la desobediencia. Es
posible que ni a Jesús le hubieran dado las gracias. ¿Cuáles serán los tabúes,
prejuicios, más graves que yacen en nuestro interior y que nos impiden extender
la compasión y tocar con la mano lo que requiere ser sanado? "Tú eres mi
refugio; me rodeas de cantos de liberación. Dichoso el que está absuelto de su
culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunto el delito... alegraos justos, con el Señor, aclamadlo, los de
corazón sincero” (sal 32).