DOMINGO  II DE CUARESMA  (B)   (Marcos, 9, 2-10)

(La Transfiguración)

- Nosotros creemos, y confesamos en el Credo, quizás de forma rutinaria, “que Jesús es Dios y hombre verdadero”. Ser hombre verdadero, supone:

   1º) Que compartió nuestra existencia humana con todas las consecuencias y limitaciones propias de la naturaleza humana. Lo que confirma la Carta a los hebreos:  “Semejante a nosotros en todo menos en el pecado” (Heb. 4, 15).

   2º) Pero, seguir siendo, verdadero  Dios, exigía también, que su Divinidad, no alterara ni influyera en sus comportamientos humanos, porque eso le habría impedido ser “un hombre  normal” e imitable para nosotros, porque, – dicho coloquialmente – “Jesús habría jugado con ventaja” respecto al común de los humanos.  Pero, ¡no lo hizo! y el propio Evangelio lo confirma con multitud de testimonios:

           - Jesús jamás usa de su Omnipotencia de Dios, para hacerse las cosas más fáciles. Lo comprobamos en las Tentaciones del pasado Domingo o, cuando lo retaron en el Calvario a bajar de la Cruz, ¡pero no lo hizo!

          -  Ni tampoco Jesús hace milagros para satisfacer necesidades personales.

          - Incluso,  procura que su Divinidad pase desapercibida gustándole  llamarse a sí mismo “el hijo del hombre”.

  -  Tan sólo, hay unos momentos puntuales de su vida, (y aquí conectamos con el Evangelio de hoy), en los que, de forma fugaz,  Jesús deja vislumbrar su Divinidad. Y, la escena de la Transfiguración es, precisamente, uno de ellos.

 -  San León Magno nos ofrece dos motivos o dos “por qué”:

            1º) Uno, que estaría mayormente dirigido a los tres discípulos que presencian su Transfiguración: Pedro, Santiago y Juan.

  “Se acercaba el  escándalo de la Cruz - dice San León Magno- y Jesús preveía  el desconcierto que iba a producir en sus discípulos. Esta contemplación de su Divinidad, aunque fugaz, podría ser para ellos una referencia confortadora para su fe, después del escarnio de la Cruz.

            2º) Y hay un segundo motivo que sería válido, para los hombres de todos los tiempos, y cuyo mensaje está en las propias palabras que deja oír el Padre:                     

                          "Este es mi hijo amado: ESCUCHADLE".

                                                                                                    (Sigue en 2ª pag)

 

¿Y qué es lo que tenemos que escuchar y aprender del Hijo de Dios?

 

a) En primer lugar que, nuestra vocación cristiana tiene como culmen la transfiguración, la glorificación de nuestro cuerpo. Es decir, que tú y yo, estamos también llamados a una Transfiguración semejante a aquella de Jesús, que tanto había encandilado a Pedro y que, un día se realizará en cada uno de nosotros, como nos lo recuerda San Pablo:

“Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también nosotros apareceremos juntamente con El en su Gloria”

b) Y lo segundo que hemos de aprender es que…,  ¡aquí no hay gangas!:

 ¡Que el camino que conduce a esa glorificación, ha de pasar, ineludiblemente,  por la cruz!

   Por eso, ante aquella ocurrencia de Pedro: ¡Que bien se está aquí, hagamos tres chozas....! ,  Jesús le responde: Pedro, es necesario antes bajar a Jerusalén, donde el Hijo del hombre habrá de padecer y San Lucas puntualiza: ‘Pedro no sabía lo que decía !

- Lamentablemente…,¡Que identificados estamos con los discípulos! A nosotros, como a ellos,  nos gustaría también: una felicidad sin necesidad de cruz. Instalarnos en las “chozas” de nuestra comodidad, de nuestro egoísmo y evitar esa “ineludible bajada a Jerusalén” que conlleva el proceso de nuestra conversión.

¡Este es el mensaje de la Transfiguración del Señor!: cada uno de nosotros estamos llamados a ser glorificados pero, para lograrlo, hemos de estar dispuestos a bajar a esa "particular Jerusalén" de la vida diaria, de la lucha contra nuestros defectos, del empeño por adquirir las virtudes cristianas, como camino indispensable  para merecer esa prometida glorificación de nuestra vida.

                                                                                                   Guillermo Soto

 

 

 

 

 

 

 

 

                P R O E M I O   II Domingo de Cuaresma (Ciclo B)

 

        - Que Jesús, el Verbo Encarnado, sea “Dios y hombre verdadero”, - como lo confesamos en el Credo -, suponía dificultades, a la hora de su Encarnación, únicamente salvables por la Sabiduría y el Poder de Dios.

      - Su Divinidad, no podía alterar el normal funcionamiento de su humanidad, “semejante a nosotros en todo, menos en el pecado” (Heb. 4, 15).

      -  Y su Humanidad tampoco, podía verse beneficiada por su Divinidad. Ambas cosas, las evita y confirma en multitud de testimonios evangélicos:          

 

      * Jesús jamás usa de su Omnipotencia de Dios, para hacerse las cosas más fáciles. Lo comprobamos en las Tentaciones del pasado Domingo, cuando lo retaron, en el Calvario, a bajar de la Cruz, ¡pudiendo hacerlo, no lo hizo!

      *  Ni tampoco Jesús hace milagros para satisfacer necesidades personales.

      * Incluso,  procura que su Divinidad pase desapercibida, gustándole  llamarse a sí mismo “el hijo del hombre”.                                       Guillermo

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