LA CONTEMPLACIÓN

Domingo 2º de Cuaresma, B.

28 de febrero de 2021

 

“Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!”

(Mc 1,15)

 

Señor Jesús, como todos, yo también he vivido la fatiga y la náusea de cada día. Allá abajo, en la llanura, quedan las preocupaciones habituales de la vida. Allá quedan los fracasos y los rencores, las trampas y las mentiras. Y, sobre todo, esa pregunta insidiosa por el sentido de la propia vida.

Muchas veces he querido alejarme, subir a la montaña y gustar el silencio y la soledad de las alturas. He pretendido alejarme de los cardos y espinas de la realidad. Pero la realidad no es una idea. La realidad me presenta los rostros de todos mis hermanos, más o menos agradables. Confieso que he querido huir de su contacto.

Como Pedro, también yo me he dirigido a ti con una exclamación en la que se podía adivinar mi contento: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!”. La satisfacción egoísta de un privilegiado que ha encontrado un refugio para librarse de la contaminación y de la peste de este mundo.

Pero tú nos has enseñado con tu palabra y con tu ejemplo que es una cobardía alejarse de la multitud. Tú siempre volviste tu mirada compasiva a los que te seguían, hambrientos y cansados del camino. La contemplación de tu luz no debe hacerme olvidar las tinieblas de este mundo.

Por otra parte, yo sé que esas palabras de Pedro reflejan nuestra ansia de paz. Revelan el anhelo de trascendencia que todo ser humano lleva en su corazón. Hemos sido creados para este encuentro con lo divino, con la gloria de Dios. Hemos sido creados para escuchar la voz de Dios entre todas las voces, entre todos los susurros, entre todas las blasfemias.

Señor Jesús, la luz de tu transfiguración nos revela tu dignidad y tu destino. La gloria que te cubre en lo alto del monte anuncia la que el Padre te concederá en tu resurrección de entre los muertos. Hacia la contemplación de esa gloria vamos caminando entre tropiezos, en la esperanza de una Pascua sin ocaso. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés