EL
SIGNO DEL TEMPLO
Domingo 3º de Cuaresma. B.
7 de marzo de 2021
“Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la
tierra de Egipto, de la casa de esclavitud. No tendrás otros dioses frente a
mí” (Éx 20,2). Moisés
entrega a su pueblo los mandamientos que ha recibido de Dios. Pero antes de los
deberes que ha de cumplir, ese mismo pueblo ha de recordar los favores con que
Dios lo ha enriquecido.
En efecto, Dios ha tomado la iniciativa para
liberar de Egipto a su pueblo. Pero la liberación es siempre un itinerario.
Para ser libre, el pueblo ha de comportarse de acuerdo con los grandes valores
morales, que tutelan por una parte la majestad de Dios y, por otra, la dignidad
de la persona humana. Para eso están los mandamientos.
Al salmo responsorial (Sal 18) la asamblea
responde hoy con una confesión de los discípulos de Jesús: “Señor, tú tienes
palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
San Pablo recuerda a los Corintios que ante
los signos que exigen los judíos y la sabiduría que buscan los griegos, se alza
el misterio de la cruz. Para los primeros, Cristo crucificado es un escándalo.
Para los segundos es una necedad. Ahora bien, para los llamados a seguirle,
Cristo es fuerza y sabiduría de Dios (1
Cor 1,22-25).
LA PREGUNTA
El evangelio de este tercer domingo de cuaresma
nos sitúa en las vísperas de la fiesta de Pascua. Jesús llega al templo de
Jerusalén y expulsa a los mercaderes que se han instalado en sus pórticos para
vender bueyes, ovejas y palomas para los sacrificios. Además, se enfrenta a los que cambian el dinero
profano por las monedas aceptadas para las ofrendas.
Pero la costumbre se había hecho ley. La gente había llegado a aceptar
aquel mercado como un servicio al culto que se celebraba en el templo. Ya no
percibían que oscurecía el sentido del culto. Los profetas habían dicho que
Dios prefiere la misericordia antes que los sacrificios ofrecidos en el
templo. Pero aquel mensaje había costado
la vida a los profetas.
Ahora Jesús resulta sospechoso para “los judíos” de su tiempo. De
hecho, le dirigen una pregunta por su poder y exigen un signo que muestre la
autoridad con la que pretende terminar con aquella costumbre. No les bastan los
signos de misericordia y compasión con los que Jesús atiende a las gentes. Y no
lo reconocen como el verdadero signo de
Dios.
LA RESPUESTA
También hoy nos interpela el relato evangélico de la limpieza del
templo de Jerusalén. Pero más nos interpela la respuesta que Jesús dirige a los
que cuestionan aquella acción.
• Jesús anuncia que el verdadero templo de Dios será su propio cuerpo. A
la luz de la fe, nosotros confesamos que la humanidad de Jesús era, es y será siempre
el espacio en el que Dios se manifiesta a los hombres. En su humanidad los
hombres podemos acercarnos
verdaderamente a Dios.
• Para afirmar su autoridad, Jesús ofrecía como signo su poder para
reconstruir el templo. Pero no se refería al templo de piedra, sino a su propio
cuerpo. En el cuerpo de Cristo podemos
descubrir a Dios. En el cuerpo de Cristo damos gloria a Dios y nos
encontramos en oración con todos los creyentes.
• Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, sus discípulos se
acordaron de sus palabras y llegaron a comprender su promesa de reconstruir el
templo. La resurrección de Cristo los llevó a entender que él era el Señor.
Jesús era más que aquel Templo y más que la Ley recibida de Moisés.
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Padre nuesro que estás en los cielos, tú sabes que tus mandamientos son con
frecuencia olvidados y violados. Nosotros los aceptamos como revelación de tu
bondad y como garantía de nuestra dignidad. Que tu Espíritu nos ayude a aceptar
y cumplir tu voluntad, a reconocer a Jesús resucitado como el signo de tu
misericordia y a creer en su palabra de vida y de salvación.
José-Román Flecha Andrés