DOMINGO
IV CUARESMA CICLO B
P.
Emilio Betancur
LA
PANDEMIA Y EL AMOR DE DIOS
Nosotros en la Iglesia tenemos un
relato bíblico llamado Éxodo que puede servirnos y orientarnos en la pandemia;
porque pertenece a la raíz de nuestra fe que es Israel; no es menos que a todo
un pueblo se le imponga la esclavitud, luego el éxodo de cuarenta años (una
generación en ese entonces), el exilio de la pérdida de la tierra por su
conducta, y el retorno a la tierra desolada. Lo que más nos interesa de esta
historia es ver como Yahvé acompaña el sufrimiento de Israel con la compasión.
El Cronista cuenta en sus libros como va avanzando la revelación del amor de
Dios y rezagando su ira; para llamarlos a una nueva alianza entre la fe y la
justicia; en la que solo Yahvé quedaría comprometido. Puede ser que en el
tiempo de pandemia Dios nos quiera proponer una nueva alianza entre la fe y
equidad; porque no somos tan fuertes en lo económico, pero si
muy débiles en la solidaridad, en apariencia fuertes,
pero en el interior débiles, somos especialistas de exteriores, pero aprendices
de espiritualidad.
Lo providencial, salvífico, no fue
solo el retorno sino logrado por medio de un pagano, Ciro. ¡Cómo no estar
atentos a recibir las semillas de misericordia que hay en los demás sin ser de
los nuestros! ¿Cómo introducir la compasión, la misericordia, el perdón, la
reconciliación y el servicio desinteresado de retorno en situaciones tan o más
deterioradas como las que le tocó a Ciro? Fue él quien autorizó “a quienes
pertenezcan al pueblo de este dios para volver allá con la ayuda del Señor su
Dios” (primera lectura). Isaías lo llamó posteriormente “Mesías” ¡No será que
Dios está en otro sitio! (primera lectura).
Pablo tiene el vocabulario preciso
para enfatizarnos en lo que Dios quiere para nosotros en esta pandemia de
sufrimiento, si le damos la oportunidad del Espíritu para que obre la
transformación en nuestro interior. “Hermanos la misericordia y el amor de Dios
son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él
nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya hemos sido
salvados. Dios muestra por medio de Jesús la incomparable riqueza de su gracia
y de su bondad para con nosotros”. Todo este vocabulario da razón de la inmensa
simpatía que Dios tiene con nosotros (segunda lectura). “Como un padre se
encariña con sus hijos así de tierno es Dios con sus elegidos” (Sal 103). Es el
mismo Dios quien desde el Génesis vio que todo era bueno” La simpatía y ternura
de Dios con nosotros está accesible, cercana y encarnada en Jesucristo. “Con Él
y en Él hemos sido creados” y ahí radica nuestra vocación de creyentes. No son
nuestras acciones personales, familiares
o profesionales, tampoco las prácticas de cuaresma las que nos dan
derecho a compartir el amor de Dios, “para que nadie pueda presumir, porque
somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien
que Dios ha dispuesto que hagamos”; es decir, que todo el amor y simpatía que
Dios nos tiene pasa por nosotros para ir camino a los demás; de lo contrario
nos hinchamos con bendiciones particulares; terminamos siendo “aduanas” de las
bendiciones que pertenecen a los otros; solo cuando lleguen a su destino final
podemos hablar de prójimo (próximos), por haber cumplido la misión de “Sed
misericordiosos como mi Padre es misericordioso”.
¿Qué será lo que puede sanar a la
gente en su interior para reconstruir su vida? Lo que curaba a la gente en el
desierto no era la serpiente de bronce enroscada en un pedestal para que
sanaran quienes la iban tocando. La cruz o el amuleto que muchos portan en su
cuerpo, como mágica, se asemeja a la serpiente de bronce. Lo que sanaba a la
gente no era ni el estandarte, ni el bronce, porque no se trataba de un
talismán. Lo que curaba era la mirada. La serpiente que Moisés le hizo al
pueblo de Israel era solo para mirarla; no con una mirada de curiosidad o que
creara falsas expectativas; sino la mirada de la fe en Dios que daba una
confianza total en la promesa de salvación de Dios. No importa el estandarte lo
que importa es la palabra escuchada y acogida por la fe. El recurso resultaba
cierto porque todos se iban curando. Jesús se aplica a sí mismo la imagen de la
serpiente de bronce, un estandarte del desierto para mostrarle al hombre como
se remedian sus males, sufrimientos y la muerte: “así como levantó Moisés la
serpiente en el desierto; así tiene que ser levantado el hijo del hombre para
que todo el que crea en él tenga vida eterna. ¿Qué se necesita para sanar de
tanto sufrimiento que nos está dejando esta pandemia? Que todos los que estemos
cansados y agobiados, perplejos y empobrecidos, miremos con fe el estandarte,
la cruz de Jesucristo. Que miremos la cruz que nos sanó es tener ya en el
corazón compasión por los demás. “Bendito sea el Dios-padre de nuestro señor
Jesucristo, padre compasivo y Dios de todo consuelo, que nos consuela en
cualquier tribulación, para que nosotros en virtud del consuelo de Dios,
podamos consolar a los que pasan cualquier tribulación (2 Cor
1,3Ss). Sintiéndonos acompañados por el crucificado tendremos la compasión que
requiere estar cerca al sufrimiento de los demás.