DOMINGO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR- Ciclo B

P. Emilio Betancur

                                                     

LOS CREYENTES SOMOS LOS SIERVOS DE YAHVÉ.

 

El siervo de Yahvé es Jesucristo muerto y resucitado cuyo Espíritu está en nuestro interior por la acción del Bautismo. Quien nos trasforma haciéndonos menos egoístas para dar espacio a que el mismo Espíritu nos oriente hacia el servicio a los demás. Este es el primero y más grande milagro que llamamos Kerigma. Quien otro sino es el Espíritu del bautismo quien logra el milagro de salvarnos a nosotros mismos del egoísmo, sin esfuerzo personal que uno sabe por experiencia que no va muy lejos y termina en “buenos propósitos”

 

Estamos en la semana santa, Dios quiera, emprendiendo el éxodo de la esclavitud de pandemia. El Siervo de Yahvé nos fortalece interiormente para que obremos como siervos de Yahvé, es decir creyentes, haciendo prójimos como en la parábola del buen samaritano; para sostener con nuestra palabra a los abatidos por sus sufrimientos durante la pandemia. Temprano, muy temprano va despertar nuestros oídos para escuchar, igual a como hacen los discípulos del Siervo. Nos ha abierto el oído para que no vayamos a echar para atrás. Dios nos ha concedido ante todo ser siervos de Yahvé para ser discípulos del Siervo de Yahvé. Y sigue siéndolo, “mañana tras mañana cuando recibo la ración diaria de Palabra de Dios; la escuchamos hasta hacerla entraña nuestra” (primera lectura); solo así puedo decir una palabra de aliento a mis hermanos de cansancio y sufrimiento en la pandemia. Nuestro corazón necesita, sobre todo en esta semana santa, estar afianzado con la Palabra de Dios para poder animar. Tengamos los mismos sentimientos de Pablo que son los de Jesús. “Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo. Él es el que nos conforta en todos nuestros sufrimientos, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros confortar a todos los que sufren. Si tenemos que sufrir es para que otros reciban consuelo y salvación. Si somos consolados es para que ustedes reciban consuelo y soporten los mismos sufrimientos que nosotros padecemos. Y lo que esperamos para ustedes tiene un firme fundamento, pues si sabemos que comparten nuestros sufrimientos, compartirán también nuestro consuelo”. Tengamos los mismos sentimientos de Pablo que son los de Jesús: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no se aferró a su igualdad con Dios; al contrario, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de siervo de Yahvé; hombre igual a todos y con las sapiencias de un hombre cualquiera, se humilló haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo encumbró sobre todo nombre; de modo que toda boca reconozca para gloria de Dios Padre, que Jesucristo es el Señor” (segunda lectura)

 

Mirar la cruz y leer reflexivamente la pasión en el evangelio de Marcos que nos trae la liturgia de hoy; implica volver a leer la historia personal y social para descubrir que la pasión ocurre aquí y hoy; y podemos ser por activa o por pasiva responsables de tanto sufrimiento. Leer la pasión de Jesús en el relato primero y más simple de la misma, permite sentir desde la fe como trata Dios al hombre y como maltrata el hombre a Dios en su vida y la de sus hermanos. En semana santa todo recurso vertical a Dios está excluido; porque la pasión de Jesús es la misma pasión nuestra, es permitir que nosotros como Jesús dejemos llevar la vida por el amor de Dios como hizo el Siervo de Yahvé

 

Cuando hablamos de la celebración de Pascua, o del domingo de ramos primero en procesión y después con la pasión, tendemos a pensar en dos situaciones contrarias; pero ambas son celebraciones que en Jesús jamás pueden separarse. La celebración es real cuando el miedo y el amor, el gozo y la pena, las lágrimas y las palmas pueden coexistir. La madurez de la vida cristiana está en hacer de las penas y los gozos una celebración: de las primeras porque en la fe tenemos la esperanza de salir adelante ya que Jesucristo ha vencido la muerte y los signos de la muerte; las alegrías porque tenemos la certidumbre que la resurrección es el signo de la victoria sobre la muerte, porque le quitó el veneno y el drama a la muerte.