TRIDUO
SACRO
JUEVES SANTO
La
Cena del Señor
En un ambiente familiar Jesús celebra
la Pascua judía con sus discípulos y en ese contexto instituye La Eucaristía,
el pan se convierte en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Además, cada uno de
los apóstoles comienza a participar del único sacerdocio de Cristo Jesús: se
instituye el Sacerdocio cristiano. Finalmente, Jesús proclama el nuevo
mandamiento del amor fraterno, como ley de la vida eclesial y para cada
cristiano, como servicio fraterno a cada hombre. Jesucristo entrega a su
Iglesia el nuevo Sacrificio, el Sacerdocio y el precepto del Amor como
testamento de la Nueva Alianza. Acompañemos a Jesús, en la celebración de la
Cena del Señor y luego en la liturgia la adoración al Santísimo Sacramento
hasta la media noche. El día de hoy, Jueves Santo, es
una fecha memorable para el cristiano. Eucaristía, sacerdocio y servicio de
amor fraterno, son una realidad del amor de Dios para con el hombre. Comienza
el Triduo Pascual, cuyo centro es la redención humana, por medio de la pasión,
muerte y resurrección de Cristo. La eucaristía, es memorial de ese misterio
pascual hasta que vuelva al final de los tiempos, banquete y sacrificio del
pueblo cristiano. En la última cena hay dos gestos de servicio al prójimo: el
lavado de los pies y la mesa común en que por primera vez participan de su
Cuerpo y Sangre. Ambos gestos son expresión de servicio, amor y entrega par
aparte de Cristo e invitación para que hagamos lo mismo, pues ambos gestos
Jesús manda que repitamos en memoria suya (cfr. Mt. 26,19).
Lecturas bíblicas
a.- Ex. 12, 1-8.11-14: La cena
pascual judía.
La primera lectura, encontramos la
gran experiencia de la liberación de Egipto por parte de Yahvé, gran iniciativa
que llevó a cabo Israel bajo su protección.
La narración de cómo celebrar la Pascua del Señor debía conmemorarse por
todas las generaciones de Israel, actualizar la salida de la cautividad y la
marcha hasta la Tierra Prometida. Si bien hay que celebrarla de prisa, el autor
sagrado se da tiempo para detallar, cómo la familia debe reunirse y conmemorar.
Se come un cordero, con panes ázimos y con hierbas amargas (v.5-6). Se
celebraba en plenilunio, sin sacerdote, sólo la familia (v.7). Se ungían las
puertas de las casas con la sangre del cordero (v.7). Se celebra la liberación
de la servidumbre en Egipto, el paso del Señor, del ángel exterminador, que los
dejó con vida, porque vio la sangre del cordero en sus puertas. “Así lo habéis
de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en
vuestra mano; y lo comeréis de prisa. Es la Pascua de Yahveh.” (v.11). Son los
primogénitos que fueron rescatados de la muerte, y ahora son propiedad del
Señor (v.12). La Pascua no es sólo pasado, memoria, sino que se revive al
momento de la celebración, pero además es promesa y esperanza de la salvación
en su plenitud. “Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis
como fiesta en honor de Yahveh de generación en generación. Decretaréis que sea
fiesta para siempre” (v.14). La Pascua antigua, como la antigua alianza,
alcanzan su plenitud en la nueva Pascua como en la nueva Alianza, sellada no
con sangre de machos cabríos, sino con la sangre de Cristo. Esta nueva Pascua
es la Eucaristía, donde se sacrifica el cordero pascual, salida de la
esclavitud del pecado hacia la perfecta condición de la filiación divina.
b.- 1Cor. 11, 23-26: La Cena del
Señor.
El apóstol Pablo, luego de no alabar
la praxis de celebrar la Cena del Señor de los Corintios (vv.17-22). Introduce
el tema de la tradición y lo hace con dos términos: recibir y transmitir. “He
recibido del Señor” (v.23), no por revelación directa, sino por trasmisión, que
tiene su origen en el Señor Jesús. Pablo pretende que la tradición sobre la
Cena pone comunión a quienes la celebran, con su origen, con el Señor Jesús. El
cristiano y su comunidad entran en comunión con el Señor a través de la
tradición, de ahí el valor de su contenido y el origen de dicha tradición de la
nueva Pascua cristiana. Pablo, con solemnidad nos introduce en el contenido de
lo transmitido: “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el
Señor Jesús, la noche en que fue entregado” (v.23). El texto une lo histórico, el protagonista el
Señor Jesús, al Nazareno que fue crucificado, a quien los cristianos confiesan
como Señor (2 Cor.4,14). El termino
“noche” nos sitúa en la cena pascual, en la última Cena de Jesús con los suyos,
lo que lo relaciona, con la entrega de Jesús que hace de su vida en su pasión y
muerte. Luego el apóstol narra lo que hizo Jesús, rito judío, la bendición y
alabanza habituales, sino que añadió un contenido y significado nuevo del pan y
del vino que reparte a los comensales. Es la Cena de Pascua de Jesús. Las
palabras pronunciadas sobre el pan Jesús las identifica con su cuerpo
entregado, pero no solo va a representar su entrega, sino que se identifica con
ese pan repartido y su propia persona, es su yo (su cuerpo); este pan de Jesús,
en un gesto de sublime de amor hace
entrega de su vida (v.24), por la salvación del mundo. La muerte aparece en
forma implícita también sobre las palabras sobre el cáliz: que califica como:
“la nueva alianza en mi sangre” (v.25). Sus palabras instituyen la Nueva
Alianza, hacen presente, su muerte en la cruz (v.26), con lo cual, se establece
una identidad sacramental, entre el pan y el cuerpo de Cristo y el cáliz con vino,
con su sangre. A las palabras referidas hay un mandato de Jesús: “Haced esto en
memoria mía” (v.24; Lc.22,19-20). Jesús le da a sus
palabras y gestos de esta Cena una condición fundante en relación de repetirla
por parte de sus discípulos; “haced” adquiere una índole cultual. Como la
Pascua judía, la nueva Pascua deberá ser celebrada de generación en generación,
como memorial de Jesús, el valor salvífico de su muerte, de alguien que está
vivo, a quien la comunidad celebrante, reconoce como su Señor (v.26; cfr. Ex.
12,14; Lc.24,5). La memoria posee la capacidad
de actualizar los hechos salvíficos de Dios. “Cada vez que lo bebáis” (v.26), se
entiende que a diferencia de la pascua judía, los cristianos no celebran estos
ritos una sola vez al año sino con frecuencia. Cada vez que celebren esos
ritos, la comunidad cristiana, anuncia la muerte del Señor hasta que vuelva. Es
el kerigma cristiano, que celebra el memorial en la Cena de su muerte
salvadora, su resurrección presente, actual precisamente a través del memorial
(1Cor.15,3). El apóstol nos recuerda que como
cristianos debemos participar con plena conciencia (cfr. Ex.24,8; Zac.9,11), pureza de alma, disposiciones dignas desde lo
interior de nuestro ser. El sacrifico eucarístico nos da la vida nueva de
resucitados, vida eterna anticipada, hasta alcanzar la eternidad una vez
terminado el camino de fe en esta vida.
c.- Jn. 13,
1-15: El lavatorio de los pies.
El evangelista por primera vez nos
señala que la vida y muerte de Cristo, es un signo de amor a los suyos:
“habiendo amado a los suyos” (v.1). Un secreto que se revela ahora, en los
últimos instantes de su existencia en este mundo (cfr. Jn.
13, 34; 15, 9. 13; 17,23). Jesús tiene plena conciencia que ha llegado su Hora,
su Pascua. Amar a sus discípulos hasta el extremo, consiste en dar la propia
vida por ellos. Entrega necesaria para que venga la plenitud de esa donación de
vida de parte de Cristo, con la venida del Espíritu Santo. “Los suyos” (v.1),
podemos entender los discípulos, pero el apóstol nos hace pensar, en todos los
hombres, en forma universal y, no sólo Israel o sólo los Doce (cfr. Jn. 11,52; 10, 3-4. 14; 15, 19; 17, 4. 6). Esta comunidad
que ahora celebra, se abrirá a lo universal, para ser un solo rebaño y con un
solo Pastor (cfr. Jn. 10, 6). A esa realidad apunta
la intención de Jesús, amor hasta el extremo de dar su propio Espíritu a los
creyentes (cfr. Jn. 19, 30). Este amor desbordante es
la puerta para que esta realidad del Corazón de Cristo se haga presente como
señal, de todo lo que enseñará: ser camino, verdad y vida, que conduce al Padre
(Jn.14), permanecer en ÉL, como sarmiento a la Vid (Jn.15), guiados por el
Espíritu a la verdad plena (Jn.16), para ser santificados en la verdad (Jn.17).
Es la Iglesia de Cristo, según Juan, unidos por el amor y el servicio.
Un segundo momento lo marca el lavado
de pies, durante la Cena: Cristo manifiesta su entrega, su amor a los suyos
asumiendo esta actitud de Siervo. Toda la existencia de Jesús es un inclinarse
delante del hombre para servirlo de diversas formas. Siervo hasta el final. El
apóstol señala, en cambio, cómo Satanás había puesto en el corazón de Judas, el
deseo de entregar a Jesús en manos de sus enemigos (v.2). Pero también nos dice
como el Padre ha puesto todo en manos de su Hijo, que de ÉL ha venido y a ÉL
vuelve (v.3; cfr. Jn. 3, 35; 10, 18. 30. 38). Con
este gesto de lavar los pies a los suyos (v.4ss), Juan presenta al Maestro, en toda
su humanidad y divinidad. Se quita el manto, se pone en actitud de esclavo, se
despoja de su señorío y se ciñe una toalla para secar los pies de sus
discípulos una vez lavados. Se quiere recalcar el servicio que presta Jesús a
los suyos, ya que por dos veces se habla de esta prenda y no señala que se la
quitara, con lo cual, el Maestro no pierde su condición de Siervo.
Un tercer momento, lo encontramos en
el diálogo de Jesús con Pedro, pues éste se opone a que le lave los pies. Se
trata de entender el señorío de Cristo, que éste lo entiende, como servicio al
prójimo, el otro como un honor. (cfr. Mc. 8, 31-33). Este gesto no lo comprende
ahora, le dice Jesús, lo comprenderá más tarde (v.7), luego de la resurrección
con su martirio (cfr. Jn. 13, 12-17). En Juan, la
Pascua es tiempo de comprensión de las Escrituras y del cumplimiento de lo
dicho por Jesús (cfr. Jn. 2, 22; 12,16). La negativa
de Pedro puede terminar en romper relaciones con su Maestro, le advierte Jesús,
es decir, “no tener parte”, con ÉL, en la herencia de la tierra prometida, tema
que está presente en todo el AT, alcanza su cumplimiento en Cristo Jesús, que
nos promete la vida eterna, verdadera patria del cristiano. No tener parte con
Jesús, era quedar autoexcluido de la herencia que Dios había puesto en las
manos de Hijo. Luego de esta seria advertencia, Pedro lo entiende sólo como un
nuevo baño ritual, como un acto de humillación de Jesús, pero no como un gesto
que abarca toda la existencia de Jesús desde su Encarnación. Pedro, no comprende
que el gesto de Jesús no conoce desigualdad entre los hombres. No hay grandeza
humana, a la que deba renunciar por humildad, sino la única grandeza humana,
consiste en ser como el Padre, donación total y gratuita de sí mismo. Jesús,
declara que todos están limpios, excepto Judas, porque han escuchado su palabra
(v.10; cfr. Jn. 15, 3; 1Jn. 1,7), han adherido al
designio de Jesús (cfr. Jn. 6, 67-71), unión que
luego hay que integrar a la vida personal. Una vez que terminó de lavar los
pies, regresa a la mesa y les dice: “¿Comprendéis lo que he hecho con
vosotros?” (v.12). Si él siendo Maestro y Señor les ha lavado lo pies, los
invita a hacer lo mismo entre sí, como comunidad eclesial (1 Tim.5,10). El lavatorio de
los pies, es señal de la entrega de Jesús, hasta la muerte de cruz y para el
discípulo, es entrega de sí mismo al prójimo, haciendo su kénosis,
es decir, vaciamiento total de sí mismos, del egoísmo, para ser colmados del
amor de Jesús Servidor de la humanidad. La comprensión del gesto de Jesús, es asumir
que el servicio será parte constituyente de la comunidad de los discípulos
entre ellos y con el prójimo, imitando el gesto de del Maestro, que pide
disponibilidad afectiva y efectiva de estar al servicio unos de otros. Acoger a
Jesús, es acoger al Padre que lo envió, que lava los pies de los que creen en
su Hijo, es decir, Dios al servicio del hombre.
VIERNES SANTO
La Cruz gloriosa de Jesucristo
Este día celebramos la Pasión
gloriosa de Cristo: su entrega a la muerte por toda la humanidad pecadora.
Destaca, como símbolo de salvación, su Cruz gloriosa. En la liturgia, el leño
del Calvario, no es sólo signo de suplicio y muerte, sino Cruz exaltada. Día de
dolor y de gozo, porque redimidos por su Sangre, somos justificados. El Cordero
pascual ha sido inmolado. Este es el día de la gran manifestación del amor del
Padre que entrega al Hijo y su victoria sobre la muerte. Confiando en el amor
del Padre, venció a la muerte con su vida por el poder de Dios. En ese leño
está el destino de todo cristiano: el triunfo de Jesús es la victoria de todo
cristiano. Con Cristo superamos la muerte, de Cruz nos viene la vida nueva, la
luz de la fe, fundamento de nuestra esperanza.
Lecturas bíblicas:
a.- Is. 52,
13-15; 53,1-12: Fue traspasado por nuestras rebeliones.
Breve reflexión
b.- Heb. 4,
14.16; 5,7-9: Se convirtió en causa de salvación.
Breve reflexión
c.- Jn. 18,
1-19,42: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
La liturgia de la palabra de hoy, se
centra en la Pasión narrada por San Juan. En este testimonio de historia y de
fe encontramos un Jesús dueño de su propio destino, cuya vida nadie se la
quita, sino que él la entrega voluntariamente (cfr. Jn
10,18). Es su glorificación. Casi la entronización de un rey como veremos más
adelante. Para comprender la Pasión que vamos a escuchar hay que tener en
cuenta que todo el evangelio de Juan tiene como trasfondo el misterio de la Encarnación
(cfr. Jn. 1,14), realidad que se expresa su dimensión
humana, es decir, la carne del hombre Jesús y su dimensión divina (cfr. Jn. 1, 14ss), o sea, su gloria. Se trata del misterio de
Dios, que se hace visible en la humanidad de Jesús. Lo palpable del misterio de
Dios en Cristo, se convierte en revelación: “El que me ha visto a mí, ha visto
al Padre” (Jn. 14, 9). Esta es la síntesis de todo el
cuarto evangelio. Hay tres ideas teológicas, transversales en el evangelio de
Juan y por supuesto presentes en la Pasión, sin las cuales no sería posible
comprender tal narración: "la Hora" de Jesús, "la
elevación" del Hijo del Hombre y "el juicio" de este mundo.
Toda la vida de Jesús está orientada hacia esa Hora, meta de su camino, donde
Dios mostrará toda su gloria, que es amor por los hombres en su Hijo (cfr. 2,
4; 12,23; 13,1; 17,1). Muy unido a la Hora, está el tema de la elevación en la
Crucifixión, desde donde atraerá a todos hacia ÉL, es el grano que cae en
tierra para dar mucho fruto, es decir, vida nueva, la resurrección (cfr. Jn. 3,14-15; 12, 24-32). La idea del juicio de este mundo,
es una lucha entre la luz y las tinieblas, precisamente la muerte de Jesús es
el momento medular de ese juicio (cfr. Jn. 3, 19;
12,31). Jesús, se muestra con una libertad única para donar la vida y
recuperarla, un señorío y majestad para enfrentar su pasión y muerte. Historia
y fe, luz y tinieblas, amor extremo y traición, todo este testimonio nos
introduce en el misterio de nuestra redención.
Podemos dividir la narración (Jn. 18,1-19,42) en cinco grandes bloques: 1. Jesús en el
jardín (18,1-12); 2. Jesús ante Anás y la actitud de
Pedro (18,13-27); 3. Jesús ante Pilato (18,28 - 19, 16a); 4. Jesús muerte en el
Gólgota (19,16b-37); 5. Jesús es sepultado (19,38-42).
1.- Jesús en el jardín (Jn.
18,1-11).
Todo comienza en un jardín y
terminará en un jardín (cfr. Jn. 19,41). Puede que
Juan quiera recrear los primeros capítulos del Génesis con la idea clara: con
la Pasión y Resurrección, comienza una nueva creación (cfr. Gn.
2-3; Jn. 1,1; Jn. 20, 22; Gn. 2,7; Jn. 7, 39). Jesús, sabe lo que va a suceder (v.4), y todo
acontece pareciera cuando él lo quiere, entrega la vida con absoluta libertad
cumple la voluntad del Padre. Su comportamiento muestra una dignidad infinita,
soberana es la libertad con que inicia su pasión. En el prendimiento, no hay
beso de Judas, porque a la pregunta sobre Jesús el Nazareno, Él responde: “Yo
soy” (v.5). Intercede por sus discípulos, para que los dejen en libertad, no
perdió ninguno de los que el Padre le confió (v.9; Jn.10,11;17,16).
La acción violenta de Pedro (v.10), de querer defender a Jesús. Es la ocasión
para dejar en claro el motivo de la pasión que sigue: el cáliz que el Padre
pone en sus manos: “¿No lo voy a beber?” (v.11). Jesús, es dueño de todo lo que
sucede a su alrededor (cfr. Jn. 18,5; 10,18; 18,9;
10,28; 17,14-15), sólo su Padre es su ayuda (Gn.22,4-6).
2.- Jesús, ante Anás
y las negaciones de Pedro (Jn. 18,13-27).
Jesús, es llevado ante la presencia
de Anás, suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año.
Es la primera vez que atan las manos de Jesús (Jn.18,12).
Este era el que había afirmado que era mejor que muriera un solo hombre por el
pueblo, y no toda la nación (cfr. Jn.11,50). Mientras
tanto, fuera en el atrio, Pedro es interrogado acerca de su condición de
discípulo de Jesús y él lo niega tres veces; por el momento no puede seguir a
Jesús (cfr.Jn.18,17.25.27; 16,36). Dentro, Jesús es
interrogado por el sumo sacerdote Anás y, Jesús
responde acerca de su doctrina y enseñanzas en el templo (cfr. Jn. 18,19). Vemos cómo Jesús siempre ha sido causa de
interrogantes y juicios que hacen sobre Él. Lo paradojal es que quien quiera
tomar partido o rechazo por Jesús, hace un juicio sobre sí mismo (cfr. Jn. 1,19; 3,18-19; 9,39; 11,49-53). Jesús ahí se presenta
como, es uno que revela lo que ha hecho como enviado del Padre. Mientras en los
Sinópticos Jesús calla, como manso cordero, no abre la boca, Juan, en cambio,
exalta su dignidad soberana de Jesús en la vivencia de su pasión.
La bofetada que recibe, de parte del
soldado (Jn.18,22), su puede entender como el rechazo
del mundo y la cobardía de Pedro se contrapone con la valentía de Jesús ante el
sumo sacerdote. Pedro en cambio, ha comenzado a padecer su debilidad, habiendo
conocido la enseñanza del Maestro (cfr. Jn. 18,25-27).
Mientras Jesús se muestra abiertamente
ante Anás, Pedro reniega de pertenecer al grupo de
Jesús, se ha enfriado su fervor por Jesús. Anás manda
a Jesús a Caifás, el evangelista no describe este proceso, porque en realidad
los judíos ya lo habían condenado por blasfemo durante su ministerio
(Jn.7-9.12s).
3.- Jesús ante Pilato (Jn.
18,28-19,16).
Este texto nos presenta dos
ambientes: dentro y fuera del pretorio, dentro está Jesús y Pilato, fuera la
turba que pide que le crucifiquen: cuatro veces sale Pilato del pretorio (cfr. Jn. 18, 28-32; 38-40; 19,4-8; 19,13-16), y las escenas
vividas dentro son tres (cfr. Jn. 18, 38-40; 19,1-3;
19,9-12). En todo momento Jesús tranquilo y en diálogo con Pilato. Fuera en
cambio, están los judíos con una actitud de odio, rechazo y confusión. Pilato
pasa de un ambiente a otro. El único tema de diálogo es la realeza de Jesús,
mejor dicho, es una epifanía real dentro de la pasión. Vísperas del gran sábado
pascual, los judíos permanecen fuera del palacio, para no caer en impureza
legal y poder comer la Pascua. Irónico, Jesús está en medio de paganos.
En el fondo, no es a Jesús a quien
está juzgando Pilato, sino que es él quien está siendo juzgado. Trata de librar
a Jesús, quiere un proceso regular, porque sabe que es inocente, pero tiene la
presión de fuera que lo obliga a condenarlo. Cuando los judíos le dicen si
suelta a Jesús, no es amigo del César, su puesto político está en peligro, teme
represalias (cfr. Jn. 19,12-13; 19,8). Jesús se
muestra siempre como dueño de la situación, porque sabe que tiene el poder, y
no Pilato, y si tiene algo de poder, lo ha recibido de lo alto. Jesús es rey, y
su reino no es de este mundo. De cara a la realeza de este mundo, la realeza de
la Verdad, es luz que se impone a quien se abre a ella. Es la realeza del
Enviado del Padre, de quien afirma: Yo soy la Verdad (Jn.14,6).
Todo aquel que es de la Verdad, escucha su voz (Jn.18,37;
10,3-4; Jn. 18,36-37; 19,11; 19,36). En el último
intento por salvarle, los judíos, por las circunstancias, se ven obligados a
reconocer a Cesar, como único rey (Jn.19,15). Pilatos
no escuchó la verdad, era lo que menos le interesaba, de ahí que quedó atrapado
por el poder mundano: el favor de emperador y su puesto. El rey de la Verdad es
condenado, es liberado Barrabás, un bandido. Otra ironía. Triunfa la injusticia
y la mentira.
4.- Jesús, muere en el Gólgota (Jn.
19,16-37).
En el camino hacia el Calvario, Jesús
carga con la cruz, sólo, lleva su cruz más que instrumento de suplicio, como
insignia de poder, cetro de su realeza (cfr. Is. 9,9,5; Gn. 22,6; Mc.15,21). Le
crucifican cerca de la ciudad, toda una amonestación y ejemplo a tener en
cuenta, para ser vistos por la gente. Juan, no declara bandidos a los que
crucifican con Jesús, son la corte del rey (Jn.19,18).
Si se levantó la cruz es para la adoración.
El letrero sobre la cruz, se escribía
la causa de la condena, por la cual el malhechor era ejecutado, estaba escrito
hebreo, latín y griego decía: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”
(v.19). Pilato tres veces proclama a Jesús como Rey, a su pueblo que sido
rechaza (cfr. Jn. 19,14.16-17). Ahora, es presentado
como Rey a todo el imperio, representado en las lenguas que se hablaba en el
lugar: el hebreo; el latín, lengua del imperio y el griego lengua de la
civilización. Pilato, sin saberlo confirma la realeza de Jesús, lo reconoce
como Rey (cfr. Jn. 19, 20.22). Ante la insistencia de
los judíos, Pilatos se niega a cambiar el título de la condena, porque quiere
dejar en claro que fue acusado por los judíos, que fue crucificado, no por una
cuestión política con Roma. El reparto y sorteo de los vestidos de Jesús, más
allá del privilegio que tenían los soldados que habían participado en la
crucifixión, el evangelista quiere ver el cumplimiento de la Escritura: “Se han
repartido mis vestidos han echado a suertes mi túnica” (v.24; Sal. 22,19),
mostrar a Jesús como sumo sacerdote en el momento de su sacrificio, al señalar
que la túnica era sin costura (cfr. Jn. 19,23), signo
de unidad. En contraste con el AT en que los vestidos simbolizaron la división
de la monarquía (cfr. 1Re 11,29-31). En cambio, aquí la túnica significa la
unión de los que creen, el nuevo pueblo de Dios, en torno a Jesús, atraerá a
todos (cfr. Jn.11,52; 12,32). Es la transfiguración de
Jesús, que Juan no presenta hasta el desvelamiento de la cruz.
5. - Mujer, ahí tienes a tu hijo (Jn.19,25-27).
La nueva familia de Jesús está ahí al
pie de la Cruz: su Madre, las otras mujeres, y Juan, el discípulo amado (v.
25s); además de los soldados romanos que hacen guardia. Clavado a la cruz,
despojado de todo, desde lo alto contempla a su madre. Su última mirada es para
ella, el único bien que le queda, y escoge ese tiempo que le queda para
entregarla: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” señalando al discípulo Juan (Jn.19,26). María aparece al comienzo del evangelio, las bodas de
Caná, y al final de la vida pública de su Hijo. La llama “mujer” no madre como
sería normal. Si ella está unida al Salvador para colaborar en la redención del
mundo, es porque está relacionada su figura con Eva, la Hija de Sión y la mujer del Apocalipsis (Ap.12). María, la Madre es
figura de Sión, de la que da a luz un pueblo (cfr. Is 66,8-9). Ahí nace la maternidad espiritual de María
sobre aquellos por los cuales su Hijo está entregando su vida. El discípulo es
figura del creyente, de los seguidores de Jesús, partícipes de su filiación
divina. Al pie de la cruz nace está la
familia de Jesús, ahí están su Madre y sus hermanos (cfr. Mc. 3,31-35), los que
hacen la voluntad del Padre. El discípulo acoge en su casa a la Madre de Jesús
(Jn.19,27), y todo lo que el Hijo le entregó a él, y
ella habita en la casa de todos los que queremos que permanezcan con nosotros.
6. - La sed y la lanzada (v.28ss).
Tengo sed (Jn.19,28).
Es el pobre absoluto. No tiene más que sed. Sus palabras reflejan el
sufrimiento de Jesús crucificado, ahora sediento, le ofrecen vinagre,
cumplimiento de las Escrituras (v.29; cfr. Sal.60.22; Ex. 12,22). El verdadero
sentido de la sed de Jesús: “mi alma está sedienta de ti” (cfr. Sal 63,1). Juan
no registra las palabras del Sal.22, sino resalta el misterio de la sed, de
amor, que le expresó a la samaritana: “Dame de beber” (Jn.4,7;
cfr. Mc.15,34; Mt.27,46). “Todo está cumplido” (Jn.19,30).
Es la consumación del amor, los amó hasta el extremo, en la consumación de la
vida. “Entregó el espíritu” (Jn.19,30), no como
quien exhaló el último suspiro, sino como quien entrega su Espíritu de amor y
de vida. Inclina su cabeza en los brazos del Padre para que llegue a nosotros
el Espíritu Santo.
La hora de la muerte de Jesús, fue la
misma, hora sexta del día de la Preparación, momento en que los sacerdotes
comenzaban a degollar los corderos en el Templo, vísperas de la Pascua.
La Ley mandaba que no podían quedar
cuerpos muertos que habían sido colgados, la víspera del sábado día festivo y
solemne de la Pascua (cfr. Dt. 21,22-23). De ahí que
la petición de los judíos hecha a Pilatos fuera escuchada. “No le quebraron las
piernas” (v.31; Sal.34,20). Se pretendía, con ello
acelerar la muerte de los condenados, pero como Jesús había muerto, se las
rompieron a los otros crucificados. La intención del evangelista es
presentarnos al Cordero pascual tal como lo había presentado el Bautista (cfr.
Jn.1,29.36). El cordero pascual debía ser comido sin
quebrarle ningún hueso (cfr. Ex.12,46). El simbolismo
y lectura teológica es: Jesús es el verdadero y escatológico Cordero pascual,
de ahí el detalle de poner su muerte y el día en que se sacrificaban los
corderos en el templo de Jerusalén. “Uno
de los saldados le atravesó el costado con una lanza y al instante le salió
sangre y agua” (v.34). La atención la pone el evangelista en el cuerpo
glorificado de Jesús, el traspasado (cfr. Zac.12,10ss),
nuevo santuario de Dios al que podemos ingresar en lo más íntimo y sagrado de
su amor (cfr. Jn 2,21), al que contemplarán todos
para su salvación (cfr. Jn.3,14s). La sangre y el agua, en primer lugar, nos
habla de la Encarnación, Jesús Dios y Hombre verdadero que pasa de este mundo
al Padre (cfr. Jn. 12,23; 13,1). La Iglesia ha visto
como Jesús glorificado entrega a la comunidad eclesial: el bautismo (cfr. Jn 3) y la eucaristía (cfr. Jn
6). Como ya había anunciado Jesús: de su seno correrían ríos de agua viva (cfr.
Jn. 7, 38). Ex. 12,10.46; Jn.
19,30). Al pie de la cruz, nace la Iglesia (SC 5), según el evangelista Juan.
7.- Jesús es sepultado (Jn.
19, 38-42).
Aparecen en esta escena, José de Arimatea quien tiene la iniciativa del entierro y Nicodemo
quien compra los perfumes para ungir al difunto (cfr. Jn.
3,1-10; 19, 39). El cuerpo de Jesús, es el nuevo y definitivo santuario
destruido por los hombres y levantado por Dios (cfr. Jn.
2,19-22), tienda del encuentro entre Dios y los hombres, templo para adorar a
Dios en Espíritu y verdad (cfr. Jn. 4,24). Es el
cuerpo del Señor, un rey, que duerme. De ahí el detenerse el evangelista en
detallar los ritos funerarios judíos, donde no faltó nada, para celebrar un
funeral solemne, como los de un gran rey (cfr. Jn.
19,39). Su sepulcro era una tumba nueva, ahí es llevado el Hijo del hombre (vv.
40-41). Nuevamente nos encontramos en un huerto o jardín, como al comienzo de
la pasión. En este relato de la Pasión de Jesús somos testigos de cómo camina
hacia su victoria: ha vencido al mundo (cfr. Jn.
16,33). Su gloria y realeza se ha manifestado: es la luz de los hombres, luz
que brilla en las tinieblas y éstas no le vencieron (cfr. Jn.
1,4). Cada creyente, unido a Jesús Resucitado, vence al mundo con la luz, vida
y verdad que proceden de ÉL y la ha comunicado a todos los creyentes bautizados
para hacerlos hijos de Dios (cfr. Jn. 1,12).
SABADO
SANTO
La mañana de este día, junto a la
Madre de Jesús, Mujer de Dolores, esperamos el cumplimiento de la promesa del
Hijo, que al tercer día iba a resucitar. Acompañamos a María Santísima en su
mayor dolor, la muerte de su Hijo en la Cruz junto al sepulcro.