1
Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
I Semana de Adviento
Lunes
Salmo 121
El salmo que acabamos de escuchar y saborear como una oración, es uno de
los más bellos y apasionados. Es una celebración viva y de gran participación en
Jerusalén, la ciudad santa hacia la que suben los peregrinos.
Vemos dos momentos vividos por el fiel: el del día en el que acogió la
invitación de ir “a la casa del Señor” (v. 1) y el de la llegada gozosa a los
“umbrales” de Jerusalén (v. 2); ahora los pies pisan finalmente esa tierra santa y
amada. Precisamente entonces los labios se abren para entonar un canto festivo en
honor de Sión, entendida en su profundo significado espiritual.
“Fundada como ciudad bien compacta” (versículo 3), símbolo de seguridad y
de estabilidad, Jerusalén es el nexo de la unidad de las doce tribus de Israel, que
convergen hacia ella como centro de su fe y culto. Suben a ella para “celebrar el
nombre del Señor” (v. 4), en el lugar que la “costumbre de Israel” (Dt 12, 13-14;
16, 16) ha establecido como único santuario legítimo y perfecto.
Para los padres de la Iglesia la antigua Jerusalén era signo de otra Jerusalén,
que también “está fundada como ciudad bien compacta”. Esta ciudad -recuerda san
Gregorio Magno en las “Homilías sobre Ezequiel”- “erige su gran edificio con las
costumbres de los santos. En una casa una piedra sostiene la otra, pues se pone
una piedra sobre otra, y quien sostiene a otro a su vez es sostenido por otro. De
este modo, precisamente de este modo, en la santa Iglesia cada quien sostiene y
es sostenido. Los más cercanos se sostienen mutuamente y a través de ellos se
erige el edificio de la caridad. Por este motivo, Pablo advierte: “Ayúdense
mutuamente a llevar sus cargas y cumplan así la ley de Cristo” (Gálatas 6, 2).
Subrayando la fuerza de esta ley, dice: “La caridad es, por tanto, la ley en su
plenitud” (Romanos 13,10). Si no me esfuerzo por aceptarlos como son, y si
ustedes no se esfuerzan por aceptarme como soy, no se puede levantar el edificio
de la caridad entre nosotros, que estamos ligados por amor recíproco y paciente”. Y
para completar la imagen, no hay que olvidar que “hay un cimiento que soporta
todo el peso de la construcción, nuestro Redentor, quien por sí solo sostiene en su
conjunto las costumbres de todos nosotros. El apóstol dice de él: “nadie puede
poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo” (1 Corintios 3, 11). El fundamento
sostiene las piedras pero no es sostenido por las piedras; es decir, nuestro
Redentor carga con el peso de nuestras culpas, pero en él no ha habido ninguna
culpa que soportar” .
Padre Félix Castro Morales
2
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)