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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
I Semana de Adviento
Sábado
Sal 146
El Señor sana a los que tienen quebrantado el corazón y venda sus heridas. El
salmo que se acabamos de escuchar comienza con una invitación a alabar a Dios;
luego enumera una larga lista de motivos para la alabanza, todos ellos expresados
en presente. Se trata de actividades de Dios consideradas como características y
siempre actuales; sin embargo, son de muy diversos tipos: algunas atañen a las
intervenciones de Dios en la existencia humana (cf. Sal 146, 3. 6. 11) y en
particular en favor de Jerusalén y de Israel (cf. v. 2); otras se refieren a toda la
creación (cf. v. 4) y más especialmente a la tierra, con su vegetación, y a los
animales (cf. vv. 8-9).
Cuando explica, al final, en quiénes se complace el Señor, el salmo nos invita
a una actitud doble: de temor religioso y de confianza (v. 11). No estamos
abandonados a nosotros mismos o a las energías cósmicas, sino que nos
encontramos siempre en las manos del Señor para su proyecto de salvación.
San Agustín citando al salmo 146, “El Señor sana los corazones destrozados”,
explicaba: “El que no destroza el corazón no es sanado... ¿Quiénes son los que
destrozan el corazón? Los humildes. ¿Y los que no lo destrozan? Los soberbios. En
cualquier caso, el corazón destrozado es sanado, y el corazón hinchado de orgullo
es humillado. Más aún, probablemente, si es humillado es precisamente para que,
una vez destrozado, pueda ser enderezado y así pueda ser curado. (...) “Él sana los
corazones destrozados, venda sus heridas”. (...) En otras palabras, sana a los
humildes de corazón, a los que confiesan sus culpas, a los que hacen penitencia, a
los que se juzgan con severidad para poder experimentar su misericordia. Es a esos
a quienes sana. Con todo, la salud perfecta sólo se logrará al final del actual estado
mortal, cuando nuestro ser corruptible se haya revestido de incorruptibilidad y
nuestro ser mortal se haya revestido de inmortalidad” 1 .
La obra de Dios no se manifiesta solamente sanando a su pueblo de sus
sufrimientos. Él, que rodea de ternura y solicitud a los pobres, se presenta como
juez severo con respecto a los malvados (cf. v. 6). El Señor de la historia no es
indiferente ante el atropello de los prepotentes, que se creen los únicos árbitros de
las vicisitudes humanas: Dios humilla hasta el polvo a los que desafían al cielo con
su soberbia (cf. 1 S 2, 7-8; Lc 1, 51-53).
Padre Félix Castro Morales
1 San Agustín, Esposizioni sui Salmi, IV, Roma 1977, pp. 772-779
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Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)