1
Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
Día 19 de Diciembre
Salmo 23
En el Salmo 70 encontramos como una especie de oración de un anciano
abandonado, pero que no ha perdido la esperanza en el auxilio de Dios. Es, por eso,
la oración de la Iglesia en la hora de la prueba y también de toda alma atribulada
que busca en medio de las tinieblas que la rodean la Luz esplendorosa de Cristo: “A
Ti, Señor, me acojo; no quede yo derrotado para siempre; Tú, que eres justo,
líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído y sálvame. Sé Tú mi Roca de refugio,
el Alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres Tú, Dios mío, Líbrame
de la mano perversa”.
En los tres primeros versículos sentimos al salmista como nervioso, tenso. Se
parece a un hombre que se halla ante un peligro inminente, o, quizá, a un hombre
acosado por fieras que le acechan desde todas partes: ayúdame, sálvame, mira que
estoy en grave peligro. Si sucumbo, ¿qué van a decir mis enemigos? Te necesito.
Sé para mí roca de refugio, fortaleza invulnerable, ancla de salvación (vv. 1-3).
En este momento el anciano salmista extiende su mirada sobre su pasado,
abarca de un golpe de vista todos los años de su vida, retrocede hasta la infancia,
y, conmovedoramente, nos hace una deslumbrante evocación (vv. 5-8), y nos
transmite un mundo de ternura: Dios lo había hecho vibrar desde la aurora de su
vida, y siempre había sido sensible a los encantos divinos (v. 5).
Que al recordar las maravillas de Dios en nuestra vida, y su presencia tierna y
delicado en el caminar de nuestra historia, sepamos decir, “que mi boca, señor, no
deje de alabarte. Esto es Adviento, esto ha de ser nuestra Navidad: tener a Dios en
el centro, como refugio, caminando en la esperanza.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)