1
Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
Día 3 de Enero
Salmo 97
Uno de los temas que más tratan los salmos es el de la alabanza. Dios merece
toda la alabanza por ser él quien es, por sus obras maravillosas, por la bondad
mostrada al hombre, por la salvación, por su predilección por Israel.
Esta alabanza es el fruto de una experiencia gozosa, de una alegría que
produce la actuación salvadora de Dios: el salmista siente admiración, entusiasmo y
gratitud por este Dios tan excelso, tan providente, y por esto brota de su corazón la
más sincera alabanza. La fe en Dios lleva aneja la alabanza, y la alabanza proviene
de la alegría. Los salmos, entre otras muchas otras cosas, nos enseñan también
esta verdad y esta actitud de la alabanza gozosa, porque si el hombre alaba a Dios
lo hace movido por un corazón admirado y agradecido, inundado de alegría por
sentirse amado, salvado y protegido por su Dios.
En el Nuevo Testamento, Cristo mismo alaba al Padre en diferentes ocasiones
y se admira de sus obras; su infancia viene acompañada de grandes cánticos, como
el de María (Magnificat), el de Zacarías (Benedictus), y el mismo himno de los
ángeles en su nacimiento de Belén: “Gloria a Dios en las alturas...”. San Pablo y el
Apocalipsis nos muestran abundante literatura hímnica, y todo ello nos hace ver la
Biblia jalonada de una atmósfera de alabanza y de júbilo: el hombre mantiene esta
relación gozosa con Dios, consciente de su grandeza y de su bondad, respondiendo
con sus cantos de gratitud y admiración.
El salmo de hoy es un buen ejemplo para un ejercicio de admiración y de
alabanza frente a las maravillas de Dios, que culminan en el centro de la fe
cristiana, la vida y la obra de Cristo Jesús, Rey de la paz y Rey del universo.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)