1
Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
Viernes
Salmo 56
Dios es nuestro poderoso refugio; quienes confiamos en Él jamás seremos
defraudados. Sin embargo esto no elude nuestras responsabilidades, ni puede
hacernos temerosos en el anuncio del Evangelio.
Dios nos quiere fuertes en la fe y en el testimonio de la Buena Nueva que nos
ha confiado, sabiendo que, aun cuando los demás nos persigan y acaben con
nuestra vida, Dios nos levantará victoriosos al final del tiempo.
Sin embargo, nosotros no buscamos morir por el Evangelio, sino el anunciar
el Evangelio, aceptando, con amor, todas las consecuencias que podrían venírsenos
como consecuencia del cumplimiento de la Misión que el Señor nos ha confiado.
Conversión de san Pablo: Salmo 116 1
El breve himno que estamos escuchado comienza con una invitación a la
alabanza: “alaben al señor todas las naciones…”, que es dirigida a todos los pueblos
de la tierra.
Israel, el pueblo de la elección, tiene que proclamar las virtudes divinas: el
amor, la fidelidad, la misericordia, la bondad, la ternura. Entre nosotros y Dios se
da, por tanto, una relación que no es fría, como la que tiene lugar entre un
emperador y su súbdito, sino palpitante, como la que se da entre dos amigos, entre
dos esposos, o entre padres e hijos.
La fidelidad pura y gozosa no conoce doblez, el Salmista declara que “dura
por siempre” (v. 2). El amor fiel de Dios no desfallecerá y no nos abandonará a
nosotros mismos, a la oscuridad de la falta de sentido, de un destino ciego, del
vacío y de la muerte.
Dios nos ama con un amor incondicional, que no conoce cansancio ni se
apaga nunca. Este es el mensaje de nuestro Salmo, tan breve casi como una
jaculatoria, pero intenso como un gran cántico.
El pequeño Salmo que hoy estamos meditando es una eficaz síntesis de la
perenne liturgia de alabanza de la que se hace eco la Iglesia en el mundo,
uniéndose a la alabanza perfecta que Cristo mismo dirige al Padre.
1 Cfr. Juan Pablo II, Audiencia del Miércoles 28 de noviembre del 2001
2
¡Alabemos, por tanto, al Señor! Alabémosle sin cansarnos. Pero antes de
expresar nuestra alabanza con palabras, debe manifestarse con la vida. Seremos
muy poco creíbles si invitáramos a los pueblos a dar gloria al Señor con nuestro
salmo y no tomáramos en serio la advertencia de Jesús: “Brille su luz delante de los
hombres para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los
cielos” (Mateo 5, 16).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)