Fiesta. Nuestra Señora del Pilar. (12 de octubre)
EN LA FIESTA DE LA VIRGEN DEL PILAR
Padre Pedrojosé Ynaraja
Para empezar os confiaré dos cosas. Lo primero que compraron mis padres cuando
se casaron, fue una imagen de María, que ha presidido siempre nuestra piedad
familiar. Otrosí. He visitado con fervor los dos lugares donde dicen que nació la
Virgen. La basílica de Santa Ana, en Jerusalén, la más conocida, donde hasta hace
no muchos años, en su cripta había una coqueta y graciosa escultura de una
criatura envuelta en pañales, que quería reproducir la preciosa niña que fue la
madre de nuestro Salvador y también Séforís, el lugar donde, con mayor
probabilidad, ocurrió el evento a unos 6 km de Nazaret. En este último sitio se
levantan patéticos unos muros sin tejado, lo único que queda de la edificación, de
la que hablan antiguos viajeros. Corrijo lo de la exclusividad, junto a ella una
comunidad religiosa reza y acoge a chicas que pasan por situaciones difíciles. Pese
a las diferencias entre unas y otras, siempre he sido amablemente acogido por las
monjas y atendido simpáticamente por las adolescentes. Piadosamente imagino que
María protege ilusionada aquel lugar donde ella, de pequeña, jugó alegremente.
Según tradición, murió en Jerusalén y fue enterrada en un sepulcro cercano al
huerto de Getsemaní. Entre el amasijo y múltiples vericuetos que serpentean por la
ciudad antigua, se encuentra la casa de la madre de Juan Marcos, probable
propietaria del terreno. Me gusta llegarme a este sitio y agradecer a esta señora, la
gentileza de ceder el rincón donde descansó el cuerpo de Santa María. Los
arqueólogos no dudan de su autenticidad. Procuro siempre que voy a Tierra Santa,
no dejar de visitar estos y los demás lugares que a ella se refieren. En cada uno
imagino cómo debería ser, como debería vivir, como comportarse Ella. Conocemos
muy pocas cosas de su historia personal.
En el sepulcro del que vengo hablando, abandono la historia física e inició la de su
universal intercesión. Sucesivamente, siglo tras siglo, fue ayudando a necesitados y
orientando silenciosamente, a los que de ella podían recibir protección. En estos
sitios y en determinados momentos, manifestó su amor con palabras y gestos
dirigidos a quien juzgaba que con ella podían colaborar. Fueron los pastorcillos de
Fátima, Bernadette de Lourdes, Melania de La Salette… Las diferentes descripciones
de su apariencia, fueron como el álbum de fotos familiar que muchos conservan y,
al enseñarlo, te dicen: esta es mi madre de pequeña, está el día que se casó, esta
cuando ya era anciana… Todas son de apariencia diversa, pero corresponden a la
misma persona.
Os he contado esto, mis queridos jóvenes lectores, porque creo que se debe
comprender que no debe haber nunca rivalidad entre los devotos de diferentes
advocaciones, cosa que por desgracia acurre con más frecuencia de la deseada.
Creo que mi primer interrogante religioso fue precisamente de este tenor. Mamá, le
dije: “¿La Virgen del Carmen, es la misma que la de la Merced?”. “Claro que sí, hijo
mío”, me contestó. Con mi madre, en Burgos, iba a misa a los carmelitas, con mi
padre, a la iglesia de la Merced. Anteriormente, viviendo muy cerca de la basílica
del Pilar, en Zaragoza, me habían iniciado en mis sencillas súplicas infantiles.
Peligraba nuestra vida, eran los días de la Guerra Civil, y nuestra oración pedía,
solicitaba, especialmente por mi padre, que debía ausentarse a trabajar. Besé el
manto y el pilar que se conserva y escuche himnos de esperanza, en momentos en
que nos era tan necesaria su ayuda. Me he expresado, tal vez demasiado
extensamente, refiriéndome a la vida y asunción de Santa María y al sentido que
deben tener las súplicas dirigidas a devociones o advocaciones, por las que cada
uno sentirá más o menos simpatía. No se puede ignorar esta realidad, pero
tampoco exagerarla.
Mis queridos jóvenes lectores, no me he referido todavía a los textos de la misa de
hoy y voy a hacerlo ahora sucintamente. El fragmento del Primer libro de las
Crónicas se refiere a la entronización del Arca de la Alianza en el lugar que con
ilusión había preparado David en un lugar preferente de su ciudad, el Ofel jebuseo,
que también se vino a llamar Sión o Jerusalén. No fue el traslado de un mueble
cualquiera. En el Arca de madera noble y chapada en oro, estaba el cogollo de la fe
israelita. El acto merecía exteriorizarlo con una fiesta solemne, con cantos y
música. En las letanías lauretanas que siguen muchas veces al rezo del rosario, se
invoca a María precisamente como “arca de la alianza”. Invocar a la Virgen,
metérnosla en el corazón, debe transformarse en una fiesta íntima. El llenar
nuestro interior de su inmenso amor maternal, una gran suerte que debemos
celebrar.
El corto texto evangélico que nos ofrece la misa de hoy, nos resulta sorprendente.
Parecería que las palabras de Jesús son un desaire para su madre y tal vez es lo
que pensaron los que le escuchaban en aquel momento. Los evangelistas han
recogido el episodio para que seamos conscientes de que la mayor grandeza de
María, fue el arriesgarse a decir confiadamente sí a Dios, cuando le envió a Gabriel,
proponiéndole su colaboración personal. Fue importante que lo gestara en su seno
y sublime que diera de mamar al Hijo de Dios hecho hombre, pero esta grandeza
era consecuencia de que “había escuchado la palabra de Dios y la había cumplido”
en el momento de la anunciación en Nazaret.
Si alguno de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, lee mi homilía-mensaje en
Zaragoza, que no olvide el contenido histórico de esta fiesta y se deje emocionar
por las banderas de los países hispánicos, de los que la imagen que allí se nos
ofrece sobre un pilar, es también patrona y que rece por ellos.
Padre Pedrojosé Ynaraja