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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
III Domingo del Tiempo Ordinario
Jueves
Salmo 131
“Dios le dará el trono de su padre David”. David tenía un corazón noble.
Tenía sus fallos, sin duda, pero redimía los impulsos de sus pasiones con la nobleza
de sus reacciones. No podía tolerar que el Arca del Señor, símbolo y sacramento de
su presencia, descansara bajo una tienda de campaña cuando él, David, se
albergaba ya en un palacio real en la Jerusalén conquistada. Cuando cayó en la
cuenta de ello, reaccionó con su típica vehemencia:
“No entraré bajo el techo de mi casa, no subiré al lecho de mi descanso, no
daré sueño a mis ojos ni reposo a mis párpados hasta que encuentre un lugar para
el Seor, una morada para el Fuerte de Jacob”.
Desde aquel momento, la obsesión de Israel fue encontrar una morada digna
para el Arca que habían traído a través del desierto con liturgia de trompetas y
fragor de batallas.
“Levántate, Seor, ven a tu mansin, ven con el arca de tu poder”.
El Señor aceptó la invitación de su pueblo y escogió a Sión para que fuera su
casa: “Esta es mi mansin por siempre; aquí viviré, porque la deseo”.
La mansión del Señor. La gloria y el orgullo de Israel. Si el primer
mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas, una consecuencia práctica será
edificarle una morada más magnífica que todas las demás moradas. Esa es la fe
que ha dado lugar a las manifestaciones más bellas del arte y la imaginación del
hombre, que con su celo y su esfuerzo ha cubierto de templos todos los rincones
del orbe habitado. Los edificios más majestuosos de la tierra son tus templos,
Señor, y todos los creyentes sentimos la satisfacción que David sintió cuando hizo
su voto. La mejor morada del mundo ha de ser la tuya. Un templo digno de ti para
tu estancia en la tierra.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)