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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
Miércoles de ceniza
Salmo 50
El salmo miserere es un salmo penitencial más amado, cantado y meditado;
se trata de un himno al Dios misericordioso, compuesto por un pecador
arrepentido.
Así pues, entra en escena la conciencia personal del pecador, dispuesto a
percibir claramente el mal cometido. Es una experiencia que implica libertad y
responsabilidad, y lo lleva a admitir que rompió un vínculo para construir una
opción de vida alternativa respecto de la palabra de Dios. De ahí se sigue una
decisión radical de cambio. Todo esto se halla incluido en aquel “reconocer”, un
verbo que en hebreo no sólo entraña una adhesión intelectual, sino también una
opción vital.
Es lo que, por desgracia, muchos no realizan, como nos advierte Orígenes:
“Hay algunos que, después de pecar, se quedan totalmente tranquilos, no se
preocupan para nada de su pecado y no toman conciencia de haber obrado mal,
sino que viven como si no hubieran hecho nada malo. Estos no pueden decir:
“Tengo siempre presente mi pecado”. En cambio, una persona que, después de
pecar, se consume y aflige por su pecado, le remuerde la conciencia, y se entabla
en su interior una lucha continua, puede decir con razón: “no tienen descanso mis
huesos a causa de mis pecados” (Sal 37,4)...
Así, cuando ponemos ante los ojos de nuestro corazón los pecados que
hemos cometido, los repasamos uno a uno, los reconocemos, nos avergonzamos y
arrepentimos de ellos, entonces desconcertados y aterrados podemos decir con
razón: „no tienen descanso mis huesos a causa de mis pecados‟” ( Homilía sobre el
Salmo 37 ). Por consiguiente, el reconocimiento y la conciencia del pecado son fruto
de una sensibilidad adquirida gracias a la luz de la palabra de Dios.
Por tanto, el pecado no es una mera cuestión psicológica o social; es un
acontecimiento que afecta a la relación con Dios, violando su ley, rechazando su
proyecto en la historia, alterando la escala de valores y “confundiendo las tinieblas
con la luz y la luz con las tinieblas”, es decir, “llamando bien al mal y mal al bien”
(cf. Is 5,20). El pecado, antes de ser una posible injusticia contra el hombre, es una
traición a Dios. Son emblemáticas las palabras que el hijo pródigo de bienes
pronuncia ante su padre pródigo de amor: “Padre, he pecado contra el cielo -es
decir, contra Dios- y contra ti” (Lc 15,21).
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Nuestra respuesta hoy ha de ser: Dios Padre santo, que nos has mostrado tu
inmensa compasión en tu Hijo bien amado, atráenos hacia el trono de tu gracia
para que gocemos de tu entrañable misericordia.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)