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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
Viernes después de ceniza
Salmo 50
Esta es la segunda vez que, durante esta semana primera de cuaresma,
escuchamos el salmo 50, el célebre Miserere, pues se nos propone para que se
convierta en un oasis de meditación, donde se pueda descubrir el mal que anida en
la conciencia e implorar del Señor la purificación y el perdón. En efecto, como
confiesa el salmista en otra súplica, “ningún hombre vivo es inocente frente a ti”
(Sal 142,2). En el libro de Job se lee: “¿Cómo un hombre será justo ante Dios?,
¿cómo será puro el nacido de mujer? Si ni la luna misma tiene brillo, ni las estrellas
son puras a sus ojos, ¡cuánto menos un hombre, esa gusanera, un hijo de hombre,
ese gusano!” (Jb 25,4-6).
Frases fuertes y dramáticas, que quieren mostrar con toda su seriedad y
gravedad el límite y la fragilidad de la criatura humana, su capacidad perversa de
sembrar mal y violencia, impureza y mentira. Sin embargo, el mensaje de
esperanza del Miserere , que el Salterio pone en labios de David, pecador
convertido, es éste: Dios puede “borrar, lavar y limpiar” la culpa confesada con
corazón contrito (cf. Sal 50,2-3). Dice el Señor por boca de Isaías: “Aunque fueren
vuestros pecados como la grana, como la nieve blanquearán. Y aunque fueren rojos
como la púrpura, como la lana quedarán” (Is 1,18).
El orante es consciente de que ha sido perdonado por Dios (cf. vv. 17-21).
Sus labios ya están a punto de proclamar al mundo la alabanza del Señor,
atestiguando de este modo la alegría que experimenta el alma purificada del mal y,
por eso, liberada del remordimiento (cf. v. 17).
El orante testimonia de modo claro otra convicción, remitiéndose a la
enseñanza constante de los profetas (cf. Is 1,10-17; Am 5,21-25; Os 6,6): el
sacrificio más agradable que sube al Señor como perfume y suave fragancia (cf. Gn
8,21) no es el holocausto de novillos y corderos, sino, más bien, el “corazón
quebrantado y humillado” (Sal 50,19).
La Imitación de Cristo , libro tan apreciado por la tradición espiritual cristiana,
repite la misma afirmación del salmista: “La humilde contrición de los pecados es
para ti el sacrificio agradable, un perfume mucho más suave que el humo del
incienso... Allí se purifica y se lava toda iniquidad” (III, 52, 4).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)