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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
Sábado después de ceniza
Salmo 85
Este poema contiene la oración confiada de un individuo -o mejor de un
pueblo- que, hallándose en una situación crítica, experimentó la salvación de Dios:
Tú, Señor, eres bueno y clemente con los que te invocan; tú me salvaste del
abismo profundo.
El salmista vive, nuevamente, un momento difícil de su vida: Una banda de
insolentes atenta contra mi vida. Pero la experiencia antigua le hace pasar con
facilidad de la súplica a la confianza y a la acción de gracias: Tú, Señor, me
salvaste del abismo profundo; da, pues, fuerza a tu siervo y yo te alabaré de todo
corazón.
Los acentos de súplica y confianza de este salmo pueden fácilmente ser el
arranque de la oración de nuestro nuevo día. Como el salmista, llamemos todo el
día y, si en algún momento de la jornada nos creemos sumergidos en el mal o
descorazonados por las dificultades, recordemos las antiguas maravillas de Dios
para con su pueblo -grande eres tú, y haces maravillas- y esperemos que el Señor
nuevamente nos ayudará y nos consolará.
En la celebración comunitaria, si no es posible cantar la antífona propia, este
salmo se puede acompañar cantando alguna antífona de súplica, por ejemplo: “A ti
levanto mis ojos” (MD 841).
Podemos decir a nuestro Dios con el salmista: inclina tu oído, Señor, a
nuestras súplicas y ten piedad de nosotros, tú que eres bueno y clemente; ten
piedad, Señor, de nosotros, pues a ti estamos llamando todo el día; salva a los
hijos de tu esclava, ayúdanos y consuélanos.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)