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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
III Semana de Cuaresma
Miércoles
Salmo 147
El salmo que hemos escuchado nos propone un canto de acción de gracias
por la paz y la prosperidad de Jerusalén, y, sobre todo, por haberle dado el Señor la
Ley por la que se distingue de todas las naciones, y que es prueba de la
predilección divina por Israel.
El salmista pondera el mayor beneficio recibido por el pueblo elegido: la Ley,
en la que se manifiesta concretamente y de modo minucioso la voluntad divina. El
mismo Dios que dirige el curso de la naturaleza se ha dignado escoger a Israel
como “heredad” suya particular, entregándole sus estatutos para su mejor gobierno
y para asegurar el camino de la virtud, que merece las bendiciones del
Omnipotente. Ningún pueblo puede gloriarse de haber sido objeto de tal
predilección por parte del Creador.
En efecto, la Palabra divina es un don elevado y valioso, el de la Ley, la
Revelación. Se trata de un don específico: “Con ninguna nación obró así ni les dio a
conocer sus mandatos” (v. 20). La palabra de Dios es revelación de la voluntad
divina a un pueblo escogido para establecer un orden religioso.
Dios, que creó el mundo por la palabra, y envió múltiples órdenes al
universo, y múltiples palabras a su pueblo, finalmente en esta etapa definitiva, nos
ha enviado su Palabra, que es el Hijo. Para librarnos del destierro, para construir la
nueva ciudad santa, para darnos la paz, para establecer su reino, para darnos sus
palabras, que son palabras de vida eterna.
Después de haber probado a tu pueblo, Señor, pusiste paz en sus fronteras,
reforzaste los cerrojos de la ciudad y saciaste a sus habitantes con flor de harina;
mira también las dificultades de tu Iglesia, bendice a sus hijos, sácialos con el Pan
Eucarístico, para que anuncien el Evangelio a toda nación y, de este modo, te
alaben a Ti, su Dios y Señor. Por Jesucristo nuestro Señor.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)