1
Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
I Semana de Pascua
Jueves
Salmo 8
“¡Qué admirable, Seor, es tu poder!”. “Seor, dueo nuestro, ¡qué
admirable es tu nombre en toda la tierra!”. El salmista contempla las maravillas de
la creación: el cielo estrellado, el reflejo plateado de la luna, los animales al servicio
del hombre, y las bocas de los tiernos infantes que, pendientes de los pechos de
sus madres, proclaman la grandeza y providencia del Creador. Es como un
comentario poético a la obra de la creación.
Este himno es una celebración del hombre, una criatura insignificante
comparada con la inmensidad del universo, una “caña” frágil. Y, sin embargo, se
trata de una “caña pensante” que puede comprender la creación, en cuanto señor
de todo lo creado, “coronado” por Dios mismo (Cfr. Sal 8,6). “Señor, dueño
nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (vv. 2 y 10).
Cristo es el hombre perfecto, “coronado de gloria y honor por haber padecido
la muerte, pues por la gracia de Dios experiment la muerte para bien de todos”
(Hb 2,9). Reina sobre el universo con el dominio de paz y de amor que prepara el
nuevo mundo, los nuevos cielos y la nueva tierra (cf. 2 Pe 3,13). Más aún, su
autoridad regia -como sugiere el autor de la carta a los Hebreos aplicándole el
salmo 8- se ejerce a través de la entrega suprema de sí en la muerte “para bien de
todos”.
Cristo no es un soberano que exige que le sirvan, sino que sirve y se
consagra a los demás: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir
y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10,45). De este modo, recapitula en
sí “lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ef 1,10). Desde esta
perspectiva cristológica, el salmo 8 revela toda la fuerza de su mensaje y de su
esperanza, invitándonos a ejercer nuestra soberanía sobre la creación no con el
dominio, sino con el amor.
Señor, dueño nuestro, tú que creaste al hombre y lo coronaste de gloria y
dignidad, para que cantara tu nombre admirable en toda la tierra, haz que,
contemplando el cielo y las estrellas, reflexionemos sobre tus obras y vislumbremos
tu eterno poder y tu divinidad; que no seamos necios y, en vez de tributarte la
alabanza y las gracias que mereces, cambiemos tu gloria inmortal por las imágenes
mortales, obra de nuestras manos. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.
Padre Félix Castro Morales
2
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)