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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
IV Semana de Pascua
Lunes
Salmo 41 y 42
Deseo del Señor y ansias de contemplar el templo es el tema de los salmos
de hoy. Una cierva sedienta, con la garganta seca, lanza su lamento ante el
desierto árido, anhelando las frescas aguas de un arroyo. Con esta célebre imagen
comienza el salmo 41. En ella podemos ver casi el símbolo de la profunda
espiritualidad de esta composición, auténtica joya de fe y poesía. En realidad,
según los estudiosos del Salterio, nuestro salmo se debe unir estrechamente al
sucesivo, el 42, del que se separó cuando los salmos fueron ordenados para formar
el libro de oración del pueblo de Dios. En efecto, ambos salmos, además de estar
unidos por su tema y su desarrollo, contienen la misma antífona: “¿Por qué te
acongojas, alma mía?, ¿por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a
alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío” (Sal 41,6.12; 42,5). Este llamamiento,
repetido dos veces en nuestro salmo, y una tercera vez en el salmo sucesivo, es
una invitación que el orante se hace a sí mismo a evitar la melancolía por medio de
la confianza en Dios, que con seguridad se manifestará de nuevo como Salvador.
La imagen de la cierva sedienta es el símbolo del orante que tiende con todo
su ser, cuerpo y espíritu, hacia el Señor, al que siente lejano pero a la vez
necesario: “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 41,3). Por eso, podemos
decir que el alma y el cuerpo del orante están implicados en el deseo primario,
espontáneo, sustancial de Dios (Cfr. Sal 62,2). No es de extrañar que una larga
tradición describa la oración como “respiración”: es originaria, necesaria,
fundamental como el aliento vital.
Orígenes, gran autor cristiano del siglo III, explicaba que la búsqueda de
Dios por parte del hombre es una empresa que nunca termina, porque siempre son
posibles y necesarios nuevos progresos. En una de sus homilías sobre el libro de los
Números , escribe: “Los que recorren el camino de la búsqueda de la sabiduría de
Dios no construyen casas estables, sino tiendas de campaña, porque realizan un
viaje continuo, progresando siempre, y cuanto más progresan tanto más se abre
ante ellos el camino, proyectándose un horizonte que se pierde en la inmensidad” 1 .
Frente a estos labios secos que gritan, frente a esta alma atormentada,
frente a este rostro que está a punto de ser arrollado por un mar de fango, ¿podrá
Dios quedar en silencio? Ciertamente, no. Por eso, el orante se anima de nuevo a la
esperanza (cf. vv. 6 y 12). El tercer acto, que se halla en el salmo sucesivo, el 42,
1 Homilía XVII in Números, GCS VII, 159-160
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será una confiada invocación dirigida a Dios (Cfr. Sal 42, 1-4) y usará expresiones
alegres y llenas de gratitud: “Me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría, de
mi júbilo”.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)