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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
V Semana de Pascua
Martes
Salmo 144
Este salmo acróstico, o sea, constituido por versos cuyas letras iniciales
forman un vocablo o una frase, o comienzan sucesivamente por una letra del
alfabeto, es un grandioso himno a los atributos divinos, manifestados en las obras
portentosas en favor de los hombres. La mano pródiga de Dios está siempre abierta
a las necesidades de los hombres, amparando particularmente a los humildes y
desvalidos.
El salmista comienza declarando su deseo de expresar sus alabanzas a su
Dios, que es Rey de todo lo creado. Nadie es digno de alabanza más que él. En su
ansia de perpetuar estas alabanzas, apela a las generaciones para que ellas se
encarguen, a través de los siglos, de anunciar las grandezas de Yahvé. Sus
atributos como Rey se resumen en el esplendor, la majestad y la gloria. Además,
en sus relaciones con los hombres se ha mostrado siempre indulgente y
misericordioso, tardo a la ira, pero condescendiente y compasivo con el pecador.
Sus obras pregonan su bondad; y son los devotos o fieles los que saben apreciar
las grandes gestas en favor de los hombres.
El salmista nos invita a alabar y bendecir al Señor y su “nombre”, es decir, su
persona viva y santa, que actúa y salva en el mundo y en la historia; más aún,
invitando a todas las criaturas marcadas por el don de la vida a asociarse a la
alabanza orante del fiel: “Todo viviente bendiga su santo nombre, por siempre
jamás” (v. 21).
Por medio de Cristo nuestra alabanza se remonta al Padre, a quien
glorificamos en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los
tiempos. La alabanza de la gloria divina es la gran dimensión del espíritu cristiano,
hasta que caiga en el éxtasis total de la pura alabanza. Entonces será presente el
futuro que ahora formulamos: “Alabaré tu nombre por siempre jamás” (v. 2).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)