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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
VII Semana de Pascua
Sábado
Salmo 10
“El Señor verá a los justos con complacencia”. Frente a todas las medidas de
prudencia humana está la fe en un Ser superior, que está por encima de todos los
hombres, pues tiene en los cielos su trono (v. 3). Desde allí contempla la marcha
de los acontecimientos entre los hombres. Su palacio es santo, porque se halla lejos
de toda contaminación terrenal.
El salmista destaca esta trascendencia y superioridad de Dios sobre los
hombres para dar a entender a sus interlocutores lo pequeños que son sus
enemigos al lado de Él. Sus maquinaciones no se ocultan al que desde la atalaya
celeste contempla a los hombres. Yahvé está allí entronizado no sólo como Rey de
la creación, sino como Juez de la historia humana; por eso sus pupilas escudriñan a
los hijos de los hombres.
Pero prueba al justo y al impío, para aquilatar el grado de virtud y de malicia
en cada uno de ellos. Su providencia se mueve a impulsos de las exigencias de la
justicia y la equidad, y, por tanto, no abandonará al justo que sufre ni dejará de
castigar al que injustamente ataca al virtuoso. Por exigencias de su justicia odia la
violencia (v. 5).
Dios ama la justicia, y por eso, algún día, los rectos contemplarán su faz o
rostro de Dios, que equivale a servirle, a asistir a su culto en el santuario o a
participar de su benevolencia y protección. Innumerables justos, a lo largo de la
historia, han sido los justos, en los que la mirada de Dios se ha complacido, y lo
contemplan eternamente. Muchas narraciones describen la confianza de los
mártires cristianos ante los tormentos y su firmeza, que les daba fuerzas para
resistir la prueba.
En los Hechos de Euplo , diácono de Catania, que murió hacia el año 304 bajo
el emperador Diocleciano, el mártir irrumpe espontáneamente en esta serie de
plegarias: “¡Gracias, oh Cristo!, protégeme, porque sufro por ti... Adoro al Padre y
al Hijo y al Espíritu Santo. Adoro a la santísima Trinidad... ¡Gracias, oh Cristo! ¡Ven
en mi ayuda, oh Cristo! Por ti sufro, oh Cristo... Es grande tu gloria, oh Señor, en
los siervos que te has dignado llamar a ti... Te doy gracias, Señor Jesucristo,
porque tu fuerza me ha consolado; no has permitido que mi alma pereciera con los
malvados, y me has concedido la gracia de tu nombre…” (A. Hamman, Preghiere
dei primi cristiani , Milán 1955, pp. 72-73).
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Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)