XXIX Domindo del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO
a.- Is. 45, 4-6: Llevó de la mano a Ciro para doblegar ante él las naciones.
En esta primera lectura, vemos como Ciro, es instrumento humano en las manos de
Yahvé, sin ser consciente, en plena libertad, cree llevar adelante sus propósitos,
pero en el fondo, está haciendo la voluntad de Yahvé. Así lo contempla también el
profeta que ve cómo Dios, no tuerce la voluntad de Ciro, sin embargo, va guiando
sus pasos, y confiesa: “te he llamado por tu nombre, te he ennoblecido, sin que tú
me conozcas” (v.4). Con estas palabras, queda claro, que Dios siempre será el
primero, y que no renunciará a los intermediarios, es decir, pero los hombres sólo
serán colaboradores en la historia de la salvación. Ciro, recibe el nombre de Ungido,
título reservado a los reyes davídicos, del futuro Mesías, nombre propio de Jesús de
Nazaret. Todos estos privilegios de Ciro son debido a la misión que cumple, porque
no será su perfección moral la que de éxito a la misión, sino que es la misión
divina, la que transforma la vida del hombre en la medida que colaboran con Dios a
favor de los hombres. El texto que leemos termina con una rotunda afirmación:
“Yo soy Yahvé, no hay ningún otro; fuera de mí ningún dios existe” (v. 5). Además
de proclamar el monoteísmo tradicional de Israel, deja en claro, que la historia la
conduce Yahvé, y el hombre un colaborador dependiente de su Creador. El es Uno,
Ordenador, Providente, gracias al Espíritu de Dios, que movió a los profetas, a ser
guías y conocedores de la acción divina en la historia de la salvación de la que eran
testigos privilegiados.
b.- 1Tes. 1,1-5: Recordamos a vuestra fe, vuestra caridad y la tenacidad de
vuestra esperanza.
Nos encontramos con una acción de gracias, un reconocimiento a la vida teologal
de esta comunidad de cristianos de Tesalónica. La fe, para el apóstol, más allá de
ser un asentimiento intelectual, es una actitud de vida, que abarca toda la
existencia y con un profundo sentido comunitario, donde se vive el creer, nutre su
fe, y cuenta con el apoyo de sus hermanos. La caridad, de la que hablan los hechos
a Pablo, es todo un esfuerzo, para convivir, amarse y servir al prójimo, con una
visión que lucha contra el egoísmo, la opresión, etc. La esperanza, más que espera,
es servicio a los valores del Reino, lo que significa transformación, de la sociedad
desde dentro. Todo este éxito de la comunidad, es debido, a la predicación del
Evangelio, que consistió no sólo en palabras, sino con la fuerte unción del Espíritu,
y una persuasión que los llevó a la conversión a Jesucristo. No fue un hombre quien
los convocó, sino la llamada de Dios quien misteriosamente conquistó esas
voluntades, mentes y corazones para un camino de salvación. Fue el testimonio
personal, el que comunicó el Evangelio por todo el mundo conocido de entonces, en
particular, la cuenca del Mediterráneo, siendo un discurso distinto, para la época,
pero hay que reconocer, el trabajo apostólico de muchos cristianos itinerantes, que
comunicaban la palabra de Jesús a quien la quería escuchar.
c.- Mt. 22,15-21: Pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es
de Dios.
- “Maestro, sabemos que eres veraz y que enseas el camino de Dios (Mt.
22,15ss).
Este evangelio nos revela el fruto del consejo de los fariseos el envío a Jesús, de
sus discípulos, junto a los herodianos. El propósito era buscar pruebas en su contra,
para poder acusarle de algo, traición por ejemplo. Las controversias de los fariseos
con Jesús se van sucediendo sobre temas cada vez más controversiales: el divorcio
(Mt. 19, 1-9), como el tema del tributo al César (Mt. 22,15-22), la resurrección de
los muertos (Mt. 22,23-33), el mandamiento principal (Mt. 22, 34-40). En todos
estos casos, Jesús es interpelado como Maestro, las respuestas apuntan a lo
profundo y al espíritu original del texto bíblico, expresión del querer de Dios.
- “Dinos, pues, qué te parece: es lícito pagar tributo al César o no?” (Mt. 22,17ss).
La pregunta era muy comprometida, para una conciencia recta de un judío,
respecto a la obediencia a Dios y a la autoridad civil, extranjera en este caso (cfr.
Rm. 13, 6-7; 1Pe. 2,13), aunque todos sabían que Dios era el único Señor de
Israel. Esta pregunta tiene un sentido político y religioso. Pagar tributo, a quien no
fuera el representante de Dios, era en cierto modo renunciar a la teocracia. La
pregunta era capciosa, si decía que sí, iba contra el sentido teocrático de Israel,
colocando todo bajo el poder del César y de Roma, se hacía simpatizante de los
publicanos, los que recaudaban los impuestos; además admitía el poder extranjero.
Si decía que sí Jesús, se contradecía a sí mismo, que se proclamaba Mesías. Si
decía no, se revelaba contra el orden establecido en lo religioso y político, se ponía
contra Roma y contra el Templo.
- “Hipcritas, porqué me tentáis. Mostradme la moneda del tributo” (Mt. 22,19ss).
La respuesta de Jesús es muy original, pero también sabia e inesperada, pero
fuerte y decidida: “Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo: «Hipócritas, ¿por qué me
tentáis? Mostradme la moneda del tributo. Ellos le presentaron un denario.” (vv.
18-19). El uso de esta moneda, era el reconocimiento del domino del César, y de
Roma, precisamente en contra, los Macabeos crearon su propia moneda, porque
esto significaba aceptar la política que ellos le imponían. Los dirigentes de Israel,
preferían el dominio de Roma, que la tiranía de Herodes, por lo mismo rechazarán
la realeza de Cristo, durante la pasión ante Pilato, cuidando la sobrevivencia del
templo de Jerusalén, símbolo de unidad de Israel (cfr. Jn. 19,15).
“Y les dice: De quién es esta imagen y la inscripcin? Dícenle: Del César. Entonces
les dice: Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.” (Mt. 22,20-
21).
Si había que obedecer al César y darle lo que le correspondía, los súbditos, también
deben obedecer a Dios y darle, lo que le corresponde; se trata en realidad, que el
primer precepto abarca el otro, sumisión al poder constituido, y en éste cobra su
fuerza aquél. Dar a Dios lo que es de Dios, viene a implicar no sólo darle en el
orden moral personal, sino a nivel colectivo, nacional, en cuanto las exigencias de
la fe teocrática, sean compatibles en aspectos no esenciales con las políticas de los
que gobiernan. Los asuntos del César son temporales, en cambio, las de Dios son
trascendentales. Esta enseñanza de Jesucristo en el campo político, moral y social
es algo definitivo para el cristiano en medio de la sociedad (cfr. Rom. 13,7; 1Pe.
2,13-14). Esta respuesta está más allá de lo prohibido o permitido; no se pronuncia
ni a favor de la ocupación, injusto, pero tampoco por su rechazo. Les hecha en cara
a sus interlocutores su hipocresía, cuando lo único que les interesa es perjudicarlo.
Su respuesta, se basa en la verdad, donde conjuga la realidad de pagar los tributos
al César con mantener la opción religiosa de una fidelidad inquebrantable a Dios.
Pertenece al César el dinero, contexto inmediato, símbolo del poder político y
económico, en cambio, la entrega a Dios como único Señor no admite
compromisos, ni cortapisas (cfr. Mt. 22, 37; Dt. 6, 4ss).
“Al oír esto, se quedaron asombrados, lo dejaron y se fueron” (Mt. 22, 22).
Las palabras finales del texto, que leemos hoy termina así hablando del asombro:
El asombro viene de parte de aquellos, que vinieron a Jesús con malas intenciones,
de lo contrario, lo habrían seguido. En el fondo, Jesús no resuelve el dilema, pero sí
queda en claro, que el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza y
Dios lo quiere sólo para Sí. El pecado ha empañado la imagen de Dios en la vida del
hombre, pero la muerte y resurrección de Cristo, lo ha liberado del poder del mal,
para que en nosotros resplandezca la gloria de Dios que resplandece en el Rostro
de Cristo Jesús (cfr. 2Cor. 4,6). La respuesta personal a Jesús y su propuesta
evangélica, no la podemos eludir, tenemos dos opciones: nos acercamos a Jesús
para escucharlo y seguirlo, o como los fariseos, acercarnos no con buenas
intenciones, sino animados para indagar su doctrina, no para conocerla, sino para
alejarnos de ÉL, con pretextos para justificar no convertirnos y seguirle fielmente.
Este evangelio nos habla con la simplicidad, luz de la razón y de la fe: Jesús es
inmensamente libre, no condicionado por nada ni nadie, siervo de todos desde el
amor a Dios y al prójimo. Sin embargo, quien se acerca a Jesús con malas
intenciones, está con el César desde el primer momento y le paga sus tributos, no
ve al otro como hermano sino como enemigo con quien competir, o en el mejor de
los casos, no existe, porque no ve sus necesidades ni le interesa. Se relaciona con
ellos en términos de dinero y poder. Tenemos el admirable testimonio de millones
de cristianos que en los regímenes más contrarios a la fe han permanecido fieles a
la fe recibida, dando ejemplo de buenos ciudadanos, pero dando a Dios lo que le
pertenece.
Santa Teresa de Jesús, que como fundadora estuvo metida de lleno en infinidad de
negocios para levantar conventos por toda España, supo con sabia inteligencia
distinguir lo que eran los trabajos de lo verdaderamente importante que era desde
la perspectiva de una contemplativa los intereses de la Iglesia y de la Orden “Oh,
hermanas mías en Cristo!, ayudadme a suplicar esto al Señor, que para eso os
juntó aquí; éste es vuestro llamamiento, éstos han de ser vuestro negocios, estos
han de ser vuestros deseos, aquí vuestras lágrimas, éstas vuestras peticiones; no,
hermanas mías, por negocios del mundo; que yo me río y aun me congojo de las
cosas que aquí nos vienen a encargar supliquemos a Dios: de pedir a Su Majestad
rentas y dineros, y algunas personas que querría yo suplicasen a Dios los repisasen
todos. Ellos buena intención tienen y, en fin, se hace por su devoción, aunque
tengo para mí que en estas cosas nunca me oye. Estáse ardiendo el mundo,
quieren tornar a sentenciar a Cristo como dicen pues le levantan mil testimonios,
quieren poner su Iglesia por el suelo, ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que por
ventura, si Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No es,
hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia.”(CV
1,5).