XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Jesús, indignado con el sistema
En el evangelio de este domingo (Mt 22,15-22) encontramos una de esas frases
que casi todo el mundo conoce aunque no todos sepan de dónde procede: “Pues
dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,31).
Frecuentemente se ha interpretado esta sentencia para justificar que la Iglesia no
se meta en política, ni los políticos en la religión, como dando a entender que
ambos poderes, el religioso y el civil, tienen su autonomía propia al mando de dos
mundos paralelos o de un mundo dualista en el que lo espiritual y lo material se
viven por separado y se rigen por criterios diferentes, también paralelos e
independientes: El uno es de Dios y el otro del “César”, es decir, del poder político
de turno. Ésa es sin duda una interpretación muy alejada de la pretensión del
Evangelio.
El contexto de esta sentencia de Jesús, transmitida en los tres primeros Evangelios,
es una situación de progresiva hostilidad contra Jesús por parte de los dirigentes
religiosos y civiles en el ámbito del templo de Jerusalén. Los fariseos están
tramando con malicia cómo eliminarlo y buscan alguna causa entre sus palabras
que formalmente pudiera parecer motivo suficiente para arremeter contra él. A
Jesús le plantean una cuestión capciosa los fariseos y los herodianos, ambos
representantes de los poderes religioso y civil en sumisión, condescendencia o
connivencia con el poder imperial romano: ¿Es lícito pagar impuesto al César o no?
Ante la imagen del César en una moneda Jesús recrimina al poder religioso de los
fariseos y al poder político del emperador la opresión que unos y otros ejercen
sobre el pueblo bajo el sistema imperial. Jesús desenmascara así los dos tipos de
opresión ejercida sobre el pueblo de Dios, la política y la religiosa. Esta fue otra
verdadera tentación para Jesús. Sin embargo tampoco cayó Jesús aquí en la
tentación tramposa de tomar partido por unos o por otros, pues ambos tiranizaban
a la gente. Sorprendentemente Jesús los remite en su propio lenguaje, el del
dinero, a la soberanía de Dios, como único Señor. Jesús se fija en la moneda del
tributo para mostrar en ella, más que su valor relativo a la función de intercambio
de bienes, su cara más poderosa, dominadora e idolátrica: la imagen del César con
la inscripción de su poderío absoluto y lo que ello significaba para los sometidos e
integrados en el sistema imperial. Al decir Jesús el famoso dicho está mostrando su
indignación con los dirigentes, pues están plegados a las exigencias del sistema
imperial y han dejado de atender la viña del Señor como Dios quiere. Una
traducción más exacta (“devolved al César lo que es del César”) permitiría
reconocer mejor la indignación de Jesús con todos ellos, reclamando a la vez que
devuelvan el pueblo de Dios a su verdadero y único Señor. Jesús no reconoce la
autoridad del César, ni la de los fariseos, ni la de los herodianos sobre su pueblo,
sino sólo la de Dios (Is 45,6).
Ante la gran crisis sistémica y económica que tiene atrapada a la humanidad, hoy
los cristianos podemos decir también que devuelvan este sistema a quien lo inventó
y que, en nombre de Dios, se le devuelva la dignidad y la posibilidad de vivir como
persona a todo ser humano. El sistema económico vigente ha hecho estragos
particularmente con los pueblos pobres de la tierra. La moneda que hoy
contemplamos, independientemente de su nacionalidad, se ha constituido en el
principal dueño y señor de toda el planeta. El sistema y su lógica, con sus
mecanismos endiablados y mortíferos, generan un mundo de pobreza creciente. La
palabra del Evangelio, que se convirtió en la primitiva comunidad de Tesalónica en
un acontecimiento del Espíritu, de profundas convicciones, suscite en los creyentes
una nueva vida consagrada al Dios, único y verdadero, y marcada por la actividad
de la fe, el esfuerzo del amor y el tesón de la esperanza (1 Te 1,1-5).
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura.