DOMINGO 29 T.O. (A)
Lecturas: ; Is 45,1.4-6; S.95; 1Ts 1,1-5; Mt 22,15-
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Homilía por el P. José R. Martínez Galdeano, S.J.
Al César lo del César,
a Dios lo de Dios
El evangelio de hoy se ha convertido en la
Iglesia en un referente clásico sobre las relaciones que
la Iglesia ha de mantener con los estados. A lo largo
de la historia y también en nuestros días el asunto es
de continua actualidad.
Lo que voy a exponer quiere tener su
inspiración en la revelación (lo que Dios nos ha
manifestado) y en la razón natural. En verdad es lo
que hace siempre el Magisterio de la Iglesia.
La escena evangélica de hoy narra cómo los
enemigos de Jesús tratan de ponerle en conflicto con
la autoridad política romana. Persistirán y llegarán a
conseguir que Jesús sea condenado a la cruz como reo
de un delito político: el título de la cruz, que expresa la
causa de la condena del reo, dice de Jesús que se ha
proclamado rey de los judíos.
La situación político-social de Palestina en
tiempos de Jesús es bien conocida. Es mucha la
documentación histórica. La región está sometida al
poder político y pagano de Roma, que la gobierna por
un funcionario, en los años de Jesús Poncio Pilatos.
Éste debe sobre todo recaudar tributos y mantener el
orden y la paz social. Depende de otro funcionario de
nivel superior, el legado imperial para Siria. Se
reconoce también una autoridad política judía, reyes o
tetrarcas; pero éstos son en definitiva nombrados por
Roma; su pureza de sangre judía y legitimidad
discutible, su conducta en general reprobada en
cuanto a la observancia de la Ley religiosa judía,
depredadores, recaudan impuestos y cuidan del orden
policial, hacen obras públicas y sobre todo cuidan de la
paz social y son muy fieles a Roma. En el aspecto
religioso gobiernan el Sanedrín y el Sumo Sacerdote,
en cuyo nombramiento interviene con frecuencia la
autoridad romana.
La respuesta de Jesús ha sido fuente constante
de luz en un tema que no es fácil. Jesús muestra que
el hombre debe obedecer a la autoridad civil, que
organiza las relaciones entre los hombres; pero en sus
relaciones con Dios debe obedecer a Dios. La verdad
es que no siempre la armonía es fácil entre la
obediencia al Estado y la obediencia a Dios, que ha
depositado su autoridad en la Iglesia. Los católicos
deberían tener mejores conocimientos sobre este
problema, pues con frecuencia lo que aparece en los
medios, se escribe o dice con mucha ignorancia.
Enuncio simplemente algunos puntos fundamentales.
1.- La Iglesia tiene conciencia clara de que su
misión es anunciar a Jesucristo y poner al alcance de
los hombres su doctrina, su perdón y sus sacramentos
para que, creyendo, lleguen a la salvación eterna.
Sabe también que, para este fin y en este ámbito, ha
recibido toda la autoridad de Jesús mismo.
2.- Pero la Iglesia acepta también los poderes
del Estado como legítimos y su autoridad como válida
y obligatoria en conciencia en el ámbito de su
competencia. Para la Iglesia el Estado es una
institución buena y necesaria, pues nace de la misma
naturaleza humana, en orden al Bien Común y el logro
de la paz pública y otros bienes de este mundo.
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3.- En consecuencia la Iglesia enseña la
obligación moral de cooperar debidamente con el
Estado y observar sus leyes.
4.- Los ciudadanos cumplen con la obligación de
servicio al Bien Común con la observancia de las leyes.
5.- La Iglesia ha visto siempre como
moralmente buena la actividad política, es decir la
dedicación profesional al servicio del Estado y desea
que hayan católicos sirviendo a sus hermanos en la
política y testimoniando ahí su fe cristiana. Esto
aparece en los primeros documentos cristianos.
6.- Todo ciudadano, por el hecho de serlo, tiene
derecho en un estado democrático de participar en la
vida política. Por eso el intento de acallar a la Iglesia
Católica (y a cualquier grupo religioso) en la expresión
de sus ideas sobre la vida política es una forma de
violar los derechos democráticos.
7.- La Iglesia considera es buena la actividad
política. Pero esta actividad la quiere exclusiva de los
laicos. Clérigos y religiosos en general no deben
participar en ella. De los clérigos y religiosos quiere la
Iglesia que consagren todas sus energías y su tiempo
al servicio directo de Dios y a aportar a sus hermanos
el testimonio y los bienes que la Iglesia ha recibido de
Cristo y sólo en ella se pueden alcanzar.
8.- Los católicos son también todos ciudadanos
y tienen sus derechos como tales. Por tanto el Estado
debe garantizarlos, por ejemplo la libertad de opinión,
su libertad de asociación para actividades grupales
caritativas y sociales, medios de comunicación y
expresión pública de su fe.
9.- Respecto de América Latina la V Conferencia
de Obispos de América Latina y el Caribe, reunida en
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Aparecida, lamentó el insuficiente número de católicos
comprometido en este apostolado y el poco apoyo que
tienen de los sacerdotes en cuanto a los medios de
formación y gracia que necesitan. Tales cristianos dan
un testimonio precioso e inyectan los principios de la
verdad y del Evangelio en la vida social y política.
10.- Siendo el campo de la actividad social y
política parte de la vida moral de la persona, es parte
de la misión de la Iglesia contribuir dar la luz de su
enseñanza para que las leyes no violen sino que
traduzcan los valores dichos y también se afronten con
decisión soluciones a su deterioro, que en ocasiones es
grave.
12.- El Estado lo forman los ciudadanos. El Bien
Común es para todos y su contenido y prioridades
tienen matices y variantes según la cultura y
problemas de cada sociedad. El Estado debe considerar
prioritario poner remedio a situaciones de excesiva
desigualdad y de pobreza de grupos sociales que sin
su apoyo no pueden salir de ella.
13.- Los católicos, cuando ejercen sus derechos
políticos, deberían atender más a los valores morales
en juego. En la decisión de voto pesan en exceso
intereses económicos y se echa de menos una falta de
responsabilidad respecto a obligaciones morales
graves como la defensa de la vida humana, la paz
social y la calidad moral de los candidatos.
“Denle al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios”. Seamos buenos ciudadanos porque
queremos ser buenos cristianos. Desde los tiempos
apostólicos la Iglesia ha orado por los gobernantes. En
las peticiones litúrgicas de la oración de los fieles, la
segunda quiere la Iglesia que se haga por las
autoridades civiles; hagámoslo conscientes de su
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importancia. Cumplamos nuestros deberes ciudadanos
como parte de nuestros deberes cristianos.
Procuremos formar bien nuestra conciencia también en
este campo y hagámonos capaces de “dar razón de
nuestra esperanza” mediante estudio de la doctrina
social de la Iglesia. Llegado el momento, votemos en
conciencia por lo que, habiendo pensado, estimemos
mejor para el verdadero bien común. Ser buenos hijos
de la Iglesia nos hace buenos ciudadanos.
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