Comentario al evangelio del Sábado 22 de Octubre del 2011
Queridos amigos y amigas,
Aquellos galileos no eran más pecadores, ¡por supuesto que no! Ni lo eran más, ni lo eran menos.
Todos estamos hechos de una pasta similar o parecida. Cuando contemplamos el barro del que estamos
hechos, enseguida caemos en la cuenta de que no somos mejores que los demás. Si somos honestos,
incluso nos avergonzamos a veces al ver el gran abismo que hay entre lo que decimos ser y lo que
somos. Decimos que somos seguidores de Cristo, pero, humildemente, sabemos que esto solo lo
podemos decir con la boca pequeña, con temor y temblor. Nuestra incoherencia, tantas veces visible,
nos hace ser forzosamente humildes ante los demás. ¡Qué bien nos viene este ejercicio de realismo y
verdad a los que nos decimos seguidores de Jesús!
Sin embargo, a pesar de nuestra débil condición, hay alguien que murió por nosotros y nos amó
primero. Y esto, de alguna manera, lo cambia todo. Es Jesús. El mismo que desde su presencia
resucitada nos sigue susurrando al oído una amorosa y reconfortante confidencia: “te amo tal y como
eres y confío en ti”. Es la buena noticia de Jesús que nos hace saber que siempre hay un viñador que
espera. La viña, aunque aparentemente estéril, dará sus frutos. Esto nos llena de alegría. Sabernos
amados y queridos por Dios, incluso más allá de nuestra débil condición, nos hace abrirnos al futuro
con una esperanza viva: nuestros mejores frutos están por llegar. El viñador los espera, porque confía.
Es tiempo, pues, de renovar esta confianza y moverse de donde estamos. Es tiempo de nueva
evangelización, sí; pero es tiempo también de una nueva conversión. Dios espera con paciencia por
nosotros y sigue confiando. Nosotros, también.
Un saludo cordial,
Fernando Prado, cmf