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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
VII Semana del Tiempo Ordinario
Miércoles
Salmo 48
El salmo 48 es un poema de sabiduría sobre la vanidad de las riquezas y la
brevedad de la vida. En el contexto del salmo, rico viene a ser sinónimo de impío, y
pobre equivalente a justo. Se trata de una de las tentaciones constantes de la
humanidad: aferrándose al dinero, al que se considera dotado de una fuerza
invencible, los hombres se engañan creyendo que pueden «comprar también la
muerte», alejándola de sí.
Ha pasado ya un nuevo día de nuestra vida, y como él terminará también
nuestro vivir en la tierra. ¿Por qué, pues, temer tanto ante males que sólo duran un
instante? ¿Por qué habré de temer los días aciagos?, se pregunta el salmista; y
¿por qué esperar tanto de nosotros mismos y desesperar ante nuestros fracasos, si
nadie puede salvarse a sí mimo?
Pero la sabiduría a que nos exhorta el salmista no es una sabiduría sólo
negativa. Los días aciagos terminarán, como termina la vida terrena de los sabios y
de los ignorantes y como desaparecerán un día las riquezas y todos los planes de
los hombres satisfechos y confiados en sí mismos. Pero hay una salvación que no
desaparecerá -que el salmista sólo entrevé, pero que nosotros conocemos ya
totalmente por la revelación de Jesucristo-, porque, si bien es verdad que el
hombre de por sí es como un animal que perece, que irá a reunirse en el sepulcro
con sus antepasados, este mismo hombre será salvado por Dios de las garras del
Abismo y el Señor le llevará consigo . Ésta es la esperanza cristiana, capaz de
superar todo pesimismo humano.
Consecuencia de esta doctrina es que no se debe tener envidia del que
prospera en esta vida, pues sus riquezas no le servirán para después de la muerte,
y más bien acelerarán el fin del que las posee si no vive según la ley divina (v. 18).
Jesús dirigirá a sus oyentes esta pregunta inquietante: “¿Qué puede dar el hombre
a cambio de su vida?” (Mt 16,26). Ningún cambio es posible, porque la vida es don
de Dios, que “tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda
carne de hombre” (Jb 12,10).
Señor Dios, fuente y origen de toda sabiduría, haz que nuestra boca hable
sabiamente y que sean sensatas nuestras reflexiones: que, iluminados por tu
palabra, no temamos los días aciagos ni envidiemos al hombre que se enriquece y
aumenta el fasto de su casa; que nuestra paz sea saber que tú nos salvas, nos
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sacas de las garras del Abismo y nos llevas contigo para que contigo vivamos, por
los siglos de los siglos. Amén.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)