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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
VII Semana del Tiempo Ordinario
Sábado
Salmo 140
El salmista se siente acechado por dos graves peligros: el de sus malas
inclinaciones y el de las solicitaciones malignas de los enemigos de la ley de Dios,
que le ponen tropiezos para caer y no seguir el camino de la virtud. Por eso suplica
que su oración sea agradable a Dios como el incienso del sacrificio vespertino, y su
elevación de manos (signo deprecativo) le sea acepta como ofrenda de la tarde.
Tiene miedo a prevaricar de palabra, y por eso suplica que guarde sus labios
cuidadosamente como solícito centinela. No quiere adoptar el lenguaje de los
impíos, que no saben valorar las exigencias de la ley divina. Por otra parte,
desconfía de sus propias inclinaciones, que se dejan llevar por lo más fácil, por la
pendiente del camino que conduce al mal.
De ningún modo quiere tomar parte en las francachelas de los impíos, en las
que “comen el pan de la maldad y beben el vino de la violencia” (Prov. 4,17). La
vida licenciosa de los impíos es algo que repugna a la sensibilidad religiosa de las
almas selectas.
El mal nos envuelve como una fuerza anónima e incontrolable; llama a
nuestras puertas de los modos más insospechados. Cada uno de nosotros, nuestra
comunidad, siente la amenaza de algo que le incita a la infidelidad, al olvido de
Dios, a la increencia.
Jesús mismo y su comunidad experimentaron la tentación y se sobrepusieron
a ella con la oración, el ayuno, la coherencia de vida. Nosotros, siguiendo sus
pasos, elevamos nuestra súplica hacia el Dominador del mundo para que nos dé
fortaleza en la lucha; le pedimos que seamos capaces de dominar la lengua y el
corazón; que nos comunique su Espíritu para contrarrestar el influjo del pecado, del
mal que intenta contagiar, como cáncer, nuestra vocación y nuestra convivencia
comunitaria.
Interpretemos al rezar este salmo aquella petición del Padrenuestro: “No nos
dejes caer en la tentación”. Suba nuestra oración hacia ti, Padre nuestro, como
incienso en tu presencia: No permitas que nuestro corazón se incline a la maldad
cuando nos aceche el Maligno, antes asístenos con tu ayuda protectora, ya que Tú
eres refugio seguro para el indefenso. Guárdanos, Padre nuestro, en el momento de
la tentación, como guardaste a Jesús, tu Hijo amado, que vive y reina contigo por
los siglos de los siglos. Amén.
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Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)