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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
VIII Semana del Tiempo Ordinario
Jueves
Salmo 99
El salmo 99 que se acaba de proclamar es, ante todo la exhortación
apremiante a la oración, descrita claramente en dimensión litúrgica. Basta
enumerar los verbos en imperativo que marcan el ritmo del salmo y a los que se
unen indicaciones de orden cultual: “Aclamen..., sirvan al Señor con alegría, entren
en su presencia con vítores. Sepan que el Señor es Dios... Entren por sus puertas
con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su
nombre” (vv. 2-4). Se trata de una serie de invitaciones no sólo a entrar en el área
sagrada del templo a través de puertas y atrios (Cfr. Sal 14,1; 23,3.7-10), sino
también a aclamar a Dios con alegría.
Es una especie de hilo constante de alabanza que no se rompe jamás,
expresándose en una profesión continua de fe y amor. Es una alabanza que desde
la tierra sube a Dios, pero que, al mismo tiempo, sostiene el ánimo del creyente.
Toda la tierra, todos los hombres, deben sumarse a esta alabanza: Aclama al
Señor, tierra entera . Nosotros caminamos también procesionalmente siguiendo a
Cristo, que ha pasado ya de este mundo al Padre, y nos dirigimos hacia el
verdadero atrio de Dios, el reino donde Cristo victorioso está sentado a la derecha
del Padre. Que la alegría y el canto sea pues el distintivo de los que creemos en el
reinado que, ya en este mundo, es objeto de nuestra esperanza y de nuestros
anhelos.
En realidad, nuestro salmo se centra en lo esencial: que el Señor es bueno,
que nosotros somos hechura de Dios: su pueblo y ovejas de su rebaño. La finalidad
no era tan sólo que los hijos y los hijos de los hijos conozcan, sino que también
«sepan»: que la fe llegue a la hondura cordial donde se «saborean» los gozos
íntimos. Pablo nos transmite lo que a su vez recibió de la comunidad o del Señor.
La muerte-resurrección del Señor, el inestimable gesto de la última Cena va
pasando de corazón a corazón a través de las generaciones. Son dos actos
referentes a la Palabra de la vida. Contemplados, vistos y oídos por los primeros,
han llegado hasta nosotros, para que nosotros estemos en comunión con el Padre y
con su Hijo, Jesucristo. Así «sabemos» que Él es superbueno, que nosotros somos
suyos, que somos su pueblo. ¡Qué gozosa tradición que colma nuestro deleite! No
la frenemos. Transmitámosla para que nuestro gozo sea completo.
Somos tuyos, Señor, porque tú eres nuestro Dios y tú nos has hecho;
concédenos servirte siempre con alegría y bendecir tu nombre, hasta que,
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terminada nuestra peregrinación terrena, entremos en tu presencia con vítores,
confesando que tu misericordia ha sido eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)