XXX DOMINGO ORDINARIO A
(Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)
Fue pura ficción. No obstante, llamó la atención de la gente. Una vez una emisora
de radio inició un concurso de combates virtuales para responder a la pregunta:
¿Quién fue el mejor boxeador de todos tiempos? Los directores pusieron en la
computadora los datos de los pugilistas más cumplidos con una ecuación para
indicar lo cual ganaría. Participaron los nombres de Muhammad Alí, José Louis,
Rocky Marciano y varios otros. Bueno, en el evangelio hoy se le pone a Jesús una
pregunta semejante.
Un fariseo y doctor de la ley se acerca a Jesús. No viene para consultar al Señor,
mucho menos para aprender de él sino para tropezarlo. El fariseo representa el lado
oscuro del hombre contemporáneo que no quiere aceptar la autoridad de la Iglesia.
No es que le falte la fe. Sí, cree en Dios pero en su propio modo. Simplemente no
acepta la verdad que Dios ha establecido la Iglesia para divulgar Su revelación.
Por una gran parte el moderno rechaza las leyes y las reglas declaradas por la
Iglesia. Pregunta: “¿Por qué es necesario confesarse al sacerdote?” o, “¿dnde dice
la Biblia que es pecado usar los anticonceptivos?” De la misma manera la pregunta
del doctor de la ley es para minar la autoridad de Jesús. Le interroga: “¿…cuál es el
mandamiento más grande de la ley?” Es ello el primer mandamiento escrito en
Génesis: “Sean fecundos y multiplíquense”. O, tal vez, el primero de los diez
mandamientos: “Yo soy el Seor, tu Dios…no tendrás otros dioses fuera de mí”. O
quizás sea uno más práctico como “No mates” o “No robes”. No importa lo que
conteste Jesús, este fariseo tratará de contradecirlo.
Evidentemente Jesús ha reflexionado mucho en esta misma cuestión porque no
demora nada en responder. Propone un mandamiento inesperado pero indicativo de
toda su enseanza. Dice: “Amarás al Seor…con todo tu corazn, con toda tu alma
y con toda tu mente”. Eso es, que todo que se haga, se piense, y se diga vayan a
complacer a Dios. Podemos ver en esta respuesta el motivo para cumplir todas
reglas de la Iglesia. Aunque algunos mandamientos no nos hagan mucho sentido –
por ejemplo, la obligación de asistir en la misa cuando una fiesta de precepto cae
en un día de trabajo – los cumplimos por el amor de Dios. Sí, es posible que los
obispos, elegidos por el Espíritu Santo para gobernar la Iglesia, exijan demasiado.
Sin embargo, no los obedecemos porque sean sabios sino por el amor de Dios.
Cumplir los mandamientos de la Iglesia es apenas la tarea más retadora. Nos
cuesta más cumplir el segundo mandamiento de Jesús: “Amarás a tu prjimo a ti
mismo”. Eso es, tenemos que desear el bien tanto por nuestros jefes como por
nuestros hijos. Tenemos que rezar tanto por los criminales como por parientes
enfermos. Tenemos que buscar la justicia tanto por los inmigrantes como por
nuestros paisanos. Porque Jesús llama este segundo mandamiento “semejante” al
primero, sólo por cumplirlo podemos amar a Dios.
El doctor de la ley queda callado. No ha tropezado a Jesús. Al contrario, Jesús ha
mostrado el verdadero dominio de la ley. De igual manera cuando cumplimos los
mandamientos de la Iglesia y, particularmente, el mandamiento de amar al prójimo
por amor de Dios, vivimos en la libertad perfecta. No somos súbditos a nada en la
tierra – ni el capricho de otras personas, ni la tiranía de leyes, ni el lado oscuro de
nosotros mismos. Más bien, demostramos nuestra esencia como hijas e hijos de un
Dios que nos ama con más ternura que una madre y más fuerza que un padre.
Jesús no es boxeador; sin embargo, acaba de luchar un concurso de combates.
Primero mejoró a los sacerdotes en el evangelio hace dos domingos, entonces a los
fariseos y partidarios de Herodes el domingo pasado, y finalmente al doctor de la
ley ahora. Con estas victorias se ha probado que no es súbdito a nada en la tierra.
Más bien, nos ha mostrado la libertad del hijo de Dios.
Padre Carmelo Mele, O.P.