1
Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
X Semana del Tiempo Ordinario
Viernes
Salmo 26
“Oye, señor, mi voz y mis clamores”, hemos suplicado en la respuesta del
salmo. Junto con el salmista, muchos hombres de todos los tiempos han oído y
siguen oyendo una invitación profunda y desconocida: “Busquen mi rostro”. Es el
deseo eterno del hombre que, como Moisés, quiere fijar su mirada en la de Dios
aun sabiendo que es “incomprensible” y que ningún hombre puede verlo sin morir
(Ex 33,20).
Sólo cuando Dios acercó su rostro a los hombres, éstos le vieron, lo
contemplaron y sus manos lo tocaron. Ahora, abierto el camino hacia el santuario,
el cristiano podrá satisfacer su anhelante inquietud del “nos hiciste, Señor, para ti y
nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti”: si ahora vemos como en un
espejo y de forma confusa, después veremos cara a cara.
La Palabra del Padre, aquella misma que inició nuestra vocación, sigue
resonando insistentemente en nuestro corazón: “Busquen mi rostro”. La oscuridad
no puede durar eternamente; Dios Padre no puede abandonar a sus hijos, ni
permitir que nos perdamos en los laberintos diabólicos de la existencia; no nos
puede entregar definitivamente al poder de las tinieblas. Jesús, después de aquella
tribulación fue escuchado, hijo y todo como era. Se convirtió en luz, vida, camino,
destino del hombre.
Oh Dios, que has puesto en nuestro corazón el desasosegado deseo de
buscarte, no escondas tu rostro a quienes manifestaste tu gloria en el rostro de
Cristo; antes ten piedad de nosotros y respóndenos para que viéndote ahora
fugazmente, podamos contemplarte un día cara a cara cuando Tú sacies el deseo
de nuestro corazón. Por Jesucristo nuestro Señor.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)