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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XI Semana del Tiempo Ordinario
Miércoles
Salmo 30
“¡Qué grande es tu bondad, Señor! Tú la reservas para los que te temen, y la
concedes a los que a ti se acogen,…”. Ante la bondad de Dios, no podemos menos
que exclamar y exhortarnos mutuamente: “amemos al señor todos sus fieles”.
Debemos reconocer que Dios es bueno y que nosotros no lo somos,
comparados con la bondad infinita que es Dios. Hay una distancia infinita entre la
bondad de Dios y la humanidad caída. Nadie es bueno sino sólo Dios (Lucas
18:19). Dios es absolutamente bueno. El hombre es sólo relativamente bueno en la
medida en que nos conformamos a la bondad de Dios. Somos malos en la medida
en que nos desviamos de la bondad de Dios.
El Señor es la fuente de toda cosa buena que disfrutamos, necesitamos
buscarlo no solo por las buenas cosas que El nos da, sino porque El mismo es el
bien final. Así lo expresó el rey David en su oración: Señor, Tú eres mi Señor; no
tengo otro bien que Tú (Salmo 16:2).
Como niños que crecen imitando a sus padres, debemos imitar la bondad de
Dios. Ama a tus enemigos nos dijo el Mesías, y haz el bien, y presta, sin esperar
nada a cambio; y tu recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo; porque El
mismo es bondadoso con todos, buenos y malos (Lucas 6:35).
¡Cuán grande es tu bondad, que has guardado para los que te temen! (Sal.
31:19). El salmista, que veía cómo la bondad de Dios se derramaba sobre justos e
injustos, ve aún más grande la bondad de Dios para con los que le obedecen.
Nosotros que somos su pueblo, hemos de agradecer el sol, la lluvia, el fruto de la
tierra,... pero más, las bendiciones que son nuestras en Cristo.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)