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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XII Semana del Tiempo Ordinario
Martes
Salmo 47, 2-4.10-11
El salmo que hemos proclamado es un canto en honor de Sión, “la ciudad del
gran rey” (Sal 47,3), entonces sede del templo del Señor y lugar de su presencia en
medio de la humanidad. La fe cristiana lo aplica ya a la “Jerusalén de arriba”, que
es “nuestra madre” (Ga 4,26).
Desde este salmo, el cristiano se eleva a la contemplación de Cristo, el
templo nuevo y vivo de Dios (cf. Jn 2,21) y se dirige a la Jerusalén celestial, que ya
no necesita un templo y una luz exterior, porque “el Señor, el Dios todopoderoso, y
el Cordero, es su santuario. (...) La ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el
Cordero” (Ap 21,22-23).
A esta relectura “espiritual” nos invita san Agustín, convencido de que en los
libros de la Biblia “no hay nada que se refiera sólo a la ciudad terrena, si todo lo
que de ella se dice, o lo que ella realiza, simboliza algo que por alegoría se puede
referir también a la Jerusalén celestial” ( La Ciudad de Dios , XVII, 3, 2).
De esa idea se hace eco san Paulino de Nola, que, precisamente comentando
las palabras de nuestro salmo, exhorta a orar para que “podamos llegar a ser
piedras vivas en las murallas de la Jerusalén celestial y libre” ( Carta 28, 2 a
Severo). Y contemplando la solidez y firmeza de esta ciudad, el mismo Padre de la
Iglesia prosigue:
“En efecto, el que habita esta ciudad se revela como Uno en tres personas.
(...) Cristo ha sido constituido no sólo cimiento de esa ciudad, sino también torre y
puerta. (...) Así pues, si sobre él se apoya la casa de nuestra alma y sobre él se
eleva una construcción digna de tan gran cimiento, entonces la puerta de entrada a
su ciudad será para nosotros precisamente Aquel que nos guiará a lo largo de los
siglos y nos colocará en sus verdes praderas” ( Carta 28, 2 a Severo).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)