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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XIII Semana del Tiempo Ordinario
Jueves
Salmo 116
El salmista, en nombre del pueblo, invita a todas las naciones a asociarse a
las alabanzas a Yahvé por haber mostrado su piedad y fidelidad hacia su pueblo. La
proyección es netamente mesiánica, pues se da acceso a todas las gentes a
participar en el culto al Dios de Israel. El poeta considera las voces de todos los
pueblos como un gigantesco orfeón que entona el aleluya en honor del Dios único,
especialmente vinculado a los destinos de Israel como centro de la historia.
En palabras de un gran Padre de la Iglesia de Oriente, san Efrén el Sirio, que
vivió en el siglo IV, expresa el deseo de no dejar nunca de alabar a Dios,
implicando también “a todos los que comprenden la verdad” divina.
Es justo que el hombre reconozca tu divinidad; es justo que los seres
celestiales alaben tu humanidad. San Efrén confirma ese compromiso de alabanza
incesante, y explica que su motivo es el amor y la compasión divina hacia nosotros,
precisamente como sugiere nuestro salmo: “Que en ti, Señor, mi boca rompa el
silencio con la alabanza. Que nuestras bocas expresen la alabanza; que nuestros
labios la confiesen; que tu alabanza vibre en nosotros (estrofa 2).
Que todo nuestro ser bendiga, pues, a Dios, cuya fidelidad a sus antiguas
promesas de protección a su pueblo ha sido firme, se ha manifestado a nosotros y
dura por siempre.
Señor, Dios eterno y todopoderoso, que, para mostrar tu fidelidad, has
ratificado las promesas hechas a los patriarcas y, para manifestar tu misericordia,
has querido también que los pueblos gentiles aclamaran tu nombre; reúne en tu
Iglesia a los hombres de todas las naciones y de todos los pueblos a fin de que,
unidos en un mismo espíritu, aclamen tu misericordia y tu fidelidad, ahora y por los
siglos de los siglos.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)