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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XIV Semana del Tiempo Ordinario
Viernes
Salmo 50
El salmo 150 muestra frases fuertes y dramáticas, que quieren mostrar con
toda su seriedad y gravedad el límite y la fragilidad de la criatura humana, su
capacidad perversa de sembrar mal y violencia, impureza y mentira. Sin embargo,
el mensaje de estos versos, que hemos escuchado, es éste: Dios puede “borrar,
lavar y limpiar” la culpa confesada con corazón contrito (Cfr. Sal 50,2-3). Dice el
Señor por boca de Isaías: «Aunque fueran sus pecados como la grana, como la
nieve blanquearán. Y aunque fueran rojos como la púrpura, como la lana quedarán”
(Is 1,18).
El hombre, ante Dios, tiene que reconocer su propia “injusticia” e invocar la
misericordia; entonces Dios le da su propia justicia, lo “justifica”, lo hace justo, que
es lo mismo que salvarlo. Éste es el gran juicio de Dios, juicio que comienza
acusando, obligando al hombre a una especie de muerte o sacrificio espiritual, para
salvarlo desde esa profundidad. En el gran Juicio de Cristo, Dios quiere que su Hijo
se haga solidario del hombre, hasta la última consecuencia del pecado, que es la
muerte. Pero el Padre salva a su Hijo, demostrando la “justicia” de Jesucristo y
convirtiéndolo en nuestra justicia. Este juicio de Cristo, que es muerte y
resurrección, se repite en el juicio de la penitencia cristiana, en la que morimos al
pecado y vivimos para Dios. ¿Cómo no cantar eternamente las misericordias del
Señor que nos hace pasar de la muerte a la vida?
Nosotros, pobres pecadores, ponemos nuestra confianza en ti, Padre santo.
Haznos volver y nosotros retornaremos, lávanos y quedaremos limpios como lana.
Purifica a tu Iglesia con la sangre del Cordero para que pueda presentarse sin
mancha ni arruga a las bodas del Dios-con-nosotros, tu Hijo amado, que vive y
reina contigo por los siglos de los siglos.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)