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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XVI Semana del Tiempo Ordinario
Sábado
Salmo 83
El salmista ha emprendido una peregrinación no exenta de dificultades. Lo
primero que atisba son las moradas, los atrios, los altares del Señor de los
Ejércitos. Ya en el templo, en el recinto de la comunidad, ve a Dios que habita en
Sión, su rey y su Dios.
Para ver al Señor en la comunidad que proclama “hemos visto al Señor en
persona” hay que superar el ingente obstáculo de pensar que la muerte es el fin de
todo; no es sino un paso al Padre. Si no se vence esa dificultad es imposible
reconocer en la comunidad la obra del Espíritu.
Jesús, presente en la comunidad, abrirá los ojos de Tomás para que confiese
“Señor mío y Dios mío”. Es el Señor que por haber servido hasta la muerte se ha
hecho rey. Es el Dios vivificante presente en Jesús por poseer la totalidad del
Espíritu.
Podemos identificarnos con el salmista y decir: “¡Qué deseables son tus
moradas... mi alma se consume y anhela los atrios del Señor!” Aquí es posible
experimentar anticipadamente la dicha de los que viven en la casa del Señor,
siendo una alabanza permanente para Dios; aquí podemos sentirnos vigorizados
con la fuerza que el Espíritu comunica a quienes peregrinan hacia el Padre. Aquí
podemos ver a Dios, que es nuestro sol y escudo y da la gracia y la gloria. Este es
lugar de intercesión a Dios Padre por el mundo, por el hombre. El Señor no niega
sus bienes a quienes confían en Él.
Dios inmenso que habitas en nosotros y entre nosotros por medio del Espíritu
de tu Hijo; comunícanos en ella tu gracia y tu gloria; que sea para nosotros el
sacramento inequívoco y eficaz de tu presencia. Te lo pedimos por Jesucristo
nuestro Señor.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)