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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XIX Semana del Tiempo Ordinario
Martes
Salmo 118
Tus mandamientos, Señor, son mi alegría. En efecto, La ley ha de ser la
alegría de nuestro corazón, porque es un puente tendido entre el cielo y la tierra,
entre la santidad de Dios y la debilidad humana, que da sentido a nuestra vida.
El hombre puede hablar con Dios, fuente de gozo incesante: “Se presentaban
tus palabras y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo y alegría de mi
corazón”, dice el profeta Isaías. Si esto acontecía cuando el hombre era aún siervo
y no hijo, cuánto más ahora que somos hijos y amigos a quienes Jesús ha dado a
conocer cuanto ha oído a su Padre. Esa entrañable amistad es la base de nuestra
alegría, si vivimos los mandamientos como espíritu y vida.
En este sentido, son iluminantes las palabras de san Agustín, quien al
comenzar el comentario del Salmo 118 desarrolla el tema de la alegría que surge
de la observancia de la Ley del Señor. “Este salmo… nos invita a la
bienaventuranza, que, como es sabido, constituye la esperanza de todo hombre.
¿Puede haber alguien que no desee ser feliz? Pero si es así, ¿qué necesidad hay de
invitaciones a alcanzar una meta a la que tiende espontáneamente el espíritu
humano?... ¿No será porque, si bien todos aspiran a la bienaventuranza, sin
embargo la mayoría no sabe cómo alcanzarla? Sí, esta es la enseñanza de quien
comienza diciendo: Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del
Señor.
SEÑOR Dios nuestro, que al llegar la plenitud de los tiempos enviaste a tu
Hijo para llevar la Ley a su cumplimiento y enséñanos el mandamiento del amor;
concédenos guardar tus leyes y observar tus decretos, para que no deshonremos el
nombre de amigos que Cristo no dio.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)