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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XIX Semana del Tiempo Ordinario
Miércoles
Salmo 112
Bendito sea el Señor ahora y por siempre. En la Biblia existen dos formas de
bendición, que se entrecruzan. Por un lado, está la que desciende de Dios: el Señor
bendice a su pueblo (Cfr. Números 6, 24-27). Es una bendición eficaz, manantial de
fecundidad, felicidad y prosperidad. Por otro lado, está la bendición que sube desde
la tierra hasta el cielo. El hombre, beneficiado por la generosidad divina, bendice a
Dios, alabándole, dándole gracias, exaltándole: “Bendice al Señor, alma mía”
(Salmo 102, 1; 103, 1).
La bendición divina pasa con frecuencia por mediación de los sacerdotes a
través de imposición de las manos (Cfr. Números 6, 22-23.27; Sir. 50, 20-21); la
bendición humana, sin embargo, se expresa en el himno litúrgico que se eleva al
Señor desde la asamblea de los fieles.
El mayor bien al que puede aspirar todo hombre y mujer es la bendición del
Dios bendito. Así tenemos, por ejemplo, la famosa bendición en nombre de Dios,
por Moisés y Aarón: “Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su
rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la
paz” (Núm. 6, 24-26).
La bendición es como una semilla de gracia y de salvación que será
enterrada en el mundo entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse
en un árbol frondoso. Toda bendición ha tenido su culminación en Cristo.
Cuando se esta bajo la mano de Dios, Él nos acompaña y, aunque
físicamente no vemos que Dios está con nosotros, podemos sentirlo a través de su
amor y bendición.
Esto quiere decir que si Dios es bendito, nosotros también por ser sus hijos,
si Dios es rico, nosotros también, si Dios es un buen padre los que tienen hijos
también deberían ser buenos padres, al final todo se concentra en que si damos a
Dios lo que le corresponde, seremos Benditos Él, y le bendeciremos anora y por
siempre.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)