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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XXIV Semana del Tiempo Ordinario
Viernes
Salmo 16
Atiéndeme, Dios mío, y escucha mi oración. La respuesta al salmo nos lleva a
oración una verdadera confianza en Dios salvador, que libera de la angustia y
devuelve el gusto de la vida, en nombre de su „justicia‟, o sea, de su fidelidad
amorosa y salvífica (cf. v. 11). El salmista parte de una situación muy angustiosa,
que desemboca en la esperanza, la alegría y la luz, gracias a una sincera adhesión
a Dios y a su voluntad, que es una voluntad de amor. Esta es la fuerza de la
oración, generadora de vida y salvación.
Sólo la fe viva puede vivificar nuestra vida. Por ella colocamos a Dios en el
centro de nuestras vivencias y decisiones. Por la fe moviliza Dios todo nuestro ser y
lo fecunda para que produzca frutos de buenas obras. El Señor es entonces quien
nos enseña a cumplir su voluntad, el que nos guía por el sendero llano, el que
destruye nuestro pecado. ¡No nosotros! Nuestras obras son insuficientes. Por esto,
en nuestra oración, no podemos menos que decir: Atiéndeme, Dios mío, y escucha
mi oración.
Jesús nos ha mostrado más que nadie, la confianza absoluta en Dios, cuando
para él todo era oscuro, cuando todos lo habían dejado solo, entonces más que
nunca se sintió protegido por su Padre. “Padre, que no se haga lo que yo quiero
sino lo que quieras tú”, dijo Jesús en el momento que más solo se sentía, con toda
la absoluta confianza de que Dios era su protector.
Digamos a Dios cada uno, “o mejor, que todo el Cuerpo de Cristo lo grite por
doquier, mientras soporta las tribulaciones, las diferentes tentaciones, los
innumerables escándalos: „… Salva a tu siervo, Dios mío, pues espera en ti‟; o
también: Atiéndeme, Dios mío, y escucha mi oración.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)