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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XXV Semana del Tiempo Ordinario
Sábado
Salmo 89
Este es un salmo sapiencial que nos hace meditar sobre la brevedad y
fragilidad de la vida del hombre, corta trayectoria entre el nacer y el morir, repleta,
además, de miserias y limitaciones, fruto de nuestras culpas e infidelidades: Mil
años en tu presencia son un ayer, que pasó; nuestros años se acaban como un
suspiro .
La contraposición entre Dios y el hombre es la que existe entre la eternidad y
el tiempo. Dios es anterior a todos los siglos; el hombre, fruto de un año, tiempo
limitado, hierba que se seca. El hombre tiene, sin embargo, una vocación de
eternidad, porque hubo entre nosotros un hombre, con nuestra misma carne, que
pudo decir con verdad: “Antes que naciese Abraham, Yo soy” (Jn 8,58). Como el
Dios salvador del destierro, es el “Primero y el Ultimo”; el Hombre salvado de
nuestro tiempo es el “Alfa y el Omega, el principio y el fin, el que es, era y vendrá”
(Ap, 1,8). En una palabra, “permanece para siempre”. “De ahí que puede salvar
perfectamente a los que por él se llegan a Dios”. Cristo ha roto las fronteras del
tiempo. Ha situado al hombre en un horizonte de eternidad.
Por tanto, cuando se manifieste Cristo, nuestra vida, veremos la obra que
Dios ha consumado en nosotros a costa del sufrimiento y gozaremos de una alegría
eterna. Por Cristo, estamos seguros de que podemos contemplar la plenitud de Dios
en el tiempo, cuando le hacemos protagonista de nuestra historia, y después en la
eternidad plenamente.
Vuélvete, Señor, hacia nosotros, pues nuestra vida es una fatiga inútil,
nuestros años pasan aprisa y vuelan; que tus siervos vean tu acción y gloria en
Jesús para que no pongamos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las
invisibles y eternas.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)