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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XXVIII Semana del Tiempo Ordinario
Sábado
Salmo 144
Señor, que todos tus fieles te bendigan . El salmista comienza declarando su
deseo de expresar sus alabanzas a su Dios, que es Rey de todo lo creado. Nadie es
digno de alabanza más que él. En su ansia de perpetuar estas alabanzas, apela a
las generaciones para que ellas se encarguen, a través de los siglos, de anunciar las
grandezas de Dios.
Todas las criaturas dependen de la providencia de Dios, y por eso están
anhelantes esperando que les envíe sus bienes para subsistir. Particularmente, con
los hombres fieles y piadosos se muestra generoso y complaciente, respondiendo a
sus invocaciones en los momentos de necesidad. En cambio, a los impíos les envía
el castigo merecido por vivir al margen de la ley divina. El salmo se termina con la
misma idea con que se inició: el deseo de alabar en todo momento a Dios, Señor de
todo viviente. Nadie, pues, está exento de la obligación de proclamar las alabanzas
del Dios providente.
Porque “El Señor es tierno y compasivo, es paciente y todo amor. El Señor es
bueno para con todos, y con ternura cuida sus obras. ¡Que te alaben, Señor, todas
tus obras! ¡Que te bendigan tus fieles!”.
El Señor es justo en sus caminos, bondadoso en sus acciones. El Señor está
cerca de los que lo invocan, de los que lo invocan con sinceridad. Él cumple los
deseos de los que lo honran; cuando le piden ayuda, los oye y los salva. El Señor
protege a los que lo aman, pero destruye a los malvados. ¡Que mis labios alaben al
Señor! ¡Que todos bendigan su santo nombre, ahora y siempre! (Sal 145).
Todas las acciones de Dios son una traducción de su bondad. Justo es que
todos proclamemos tan desmesurado amor e invitemos a todo viviente a que alabe
al Señor.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)