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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XXXIII Semana del Tiempo Ordinario
Miércoles
Salmo 150
Alabemos al Señor con alegría . Los salmos de alabanza son auténtica escuela
de “alegre alabanza” (Juan Pablo II), es como si se respirara una atmósfera de
júbilo, como si se hallara un oasis en medio del desierto. ¡Qué hermosa vocación, la
de alabar, para el ser humano!
Todos necesitamos una fuerte y constante invitación a la alabanza. Eso es lo
que hemos hecho al cantar: Alabemos al Señor con alegría , a la vez que nos
invitamos unos a otros a alabar, también invitamos a todo el mundo a alabar al
Señor, manteniendo una relación gozosa con Dios y a responder con cantos de
gratitud y admiración a su grandeza y bondad.
Hay un tiempo para la oración silenciosa, pero hay también un tiempo para la
oración de aclamación, en la que el gozo mana de la interioridad del ser humano y
se desborda; el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos
hijos de Dios (cf Rm 8,16), y la lengua de los hijos es la alabanza.
La historia de la salvación ofrece abundantes modelos de cantos de alabanza;
los salmos son buena prueba de ello. Uno de los exponentes más preciosos es el
Magnificat, donde la humildad de María, para dejar a Dios ser Dios, es terreno
donde florece la alabanza. “Reciten entre ustedes salmos, himnos y cánticos
inspirados; canten y salmodien en su corazón al Señor”, dice san Pablo (Ef 5,19;
Col 3,16).
La fe en Dios lleva consigo la alabanza. Si el ser humano alaba a Dios, lo
hace movido por un corazón admirado y agradecido, inundado de alegría por
sentirse amado, salvado y protegido por Dios. Por medio de la oración de alabanza
celebramos todo lo que Dios es para nosotros. Alabemos al Señor con alegría.
La voz de Cristo es la única que llega eficazmente al corazón del Padre. Por
esto san Agustín decía: “No oro yo, es Cristo quien ora en mí”. La verdadera
oración de alabanza es fruto del Espíritu Santo. Cuando dejamos que el Espíritu sea
quien impulse nuestra oración, cuando dejamos que sea El quien ore en nosotros
con “gemidos inenarrables” (Rom 8,26), solo entonces, nuestra voz se identifica
con la de Cristo y somos “alabanza de su gloria” (Ef 1,12). Un Poema de la
primitiva Iglesia dice: “Como se pasea la mano en las cuerdas, y como canta la
cítara, así habla en mí el Espíritu de Dios”. Nosotros Alabemos al Señor con alegría.
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Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)