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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
XXXIII Semana del Tiempo Ordinario
Sábado
Salmo 143
Bendito sea el Señor, mi fortaleza. Esta respuesta al salmo se corresponde
muy bien con esta estrofa del salmo 17: “Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo
mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre
de mis enemigos.
La fortaleza cristiana no suprime el dolor ni el sufrimiento, sino que los
asume dándoles un sentido nuevo. La fortaleza cristiana viene de que Jesús ha
asumido nuestra debilidad. Sufre, pero no sucumbe al dolor, se identifica con la
voluntad del Padre. Su fortaleza es hacer la voluntad del Padre.
Su entrega, llena de fortaleza, es bálsamo para nuestras heridas; sus
sufrimientos, impulso que nos da vida. Su entrega al Padre es fuente de fortaleza.
Sólo en Jesús reside la esperanza de ser fuerte, superando nuestras
limitaciones. Seguirán las tentaciones de Satanás, del mundo y de la carne, pero la
fe en Jesús le hará vencedor. Cristo, muerto y resucitado, al asumir nuestras
debilidades, convierte nuestras miserias en fortaleza.
Dios ha prestado al hombre su fortaleza, para que en su flaqueza brille su
poder. La gracia de Dios permite superar nuestras limitaciones y crecer en las
dificultades. Sin la gracia el hombre queda reducido a los límites de su naturaleza
inerme ante cualquier dificultad.
Podemos decir con John Baillie: Oh Dios, que has sido refugio de mis padres
durante generaciones, sé ahora refugio para mí en todo tiempo y circunstancia. Sé
mi guía en la oscuridad y la duda. Sé mi guardián contra todo lo que amenaza mi
bienestar espiritual. Sé mi fortaleza en los tiempos de prueba. Alegra mi corazón
con tu paz, por Jesucristo Nuestro Señor.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)