La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María
Lc 1: 26-38
Alégrate, llena de gracia, el señor está contigo . La Iglesia Católica, casi desde
sus inicios, consideró a la Virgen María como purísima y sin ninguna mancha de
pecado original. Este dogma de la Inmaculada Concepción, que hoy celebramos, fue
definido el año 1854 por el Papa Pío IX, de feliz memoria. En la bula “Ineffabilis
Deus” proclamaba solemnemente que “la Bienaventurada Virgen María fue
preservada inmune de toda mancha de pecado original desde el primer instante de
su concepción por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a
los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano”. Son las palabras textuales
de la declaración de este dogma de fe.
El Evangelio de la Solemnidad de hoy nos presenta el pasaje de la Escritura en
el que la Iglesia ha visto de forma clara, pero implícita, la afirmación de este dogma
mariano. “Alégrate, llena de gracia, el Seor está contigo” son las palabras que el
ángel dirige a María, al entrar a su presencia, para comunicarle el mensaje que le
traía de parte de Dios. Esta definicin, “llena de gracia”, le viene aplicada a María
en un sentido pleno y total. Ella es la “toda hermosa”, la “tota Pulcra”, como
siempre la han llamado todos los cristianos desde tiempo inmemorial y como canta
la Iglesia en las vísperas de esta festividad.
María es la más bella de todas las creaturas; pero no nos referimos sólo a una
belleza física, sino sobre todo espiritual: la belleza de su alma por sus virtudes, por
su santidad, por la elección divina; porque ha sido totalmente preservada de la
mancha del pecado; en una palabra, porque en Ella, en su vientre, alma y corazón,
reside el mismo Dios. Ella es “llena de gracia” porque es toda pura y porque Dios la
ha elegido para ser la Madre de su Hijo. Ella es “graciosa” porque ha sido
“agraciada” de parte de Dios. Ella es, en efecto, “la más hermosa de entre todas las
mujeres, la amada del Seor, en quien no hay ninguna tacha” –como canta
poéticamente el Cantar de los Cantares–.
Ojalá que también nosotros, todos los cristianos, imitemos a nuestra Madre del
cielo en su pureza de cuerpo y alma. ¡Son tan hermosas las almas puras! Ojalá los
jóvenes y las jovencitas entendieran que la verdadera belleza, la que nunca acaba y
la que siempre perdura no es la belleza caduca y engañosa que se exhibe en las
formas del cuerpo, sino la belleza limpia del alma santa, la inocencia de la virtud y
la pureza del corazón. Pidamos hoy a María Santísima, nuestra Reina y Madre
Inmaculada, que nos haga cada día un poco más semejantes a Ella.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)